Tras la sesión de debate y el pleno del Congreso del pasado sábado en el que Mariano Rajoy fue investido presidente del Gobierno, llega la hora de conformar el nuevo Ejecutivo y ponerse a trabajar. Personalmente, pienso que la situación en la que nos encontrábamos en estos últimos meses, en la antesala de unas terceras elecciones generales y con nulas posibilidades de llegar a pactos serios de gobernabilidad a largo plazo era, sencillamente, desastrosa. Algo tenía que suceder. Alguien tenía que mover ficha.
El Comité Federal del Partido Socialista tomó una decisión muy dura pero responsable para desatascar la situación e investir Presidente al candidato del Partido Popular. Quedan por ver los efectos de esta abstención a largo plazo y las consecuencias que se derivarán de la actuación de aquellos que no acataron la disciplina de partido, más allá de la sanción estrictamente económica.
Es cierto que nos hallamos ante una situación nunca antes vivida en nuestro país. Nuestra todavía joven democracia estaba acostumbrada a los cambios tranquilos y calculados de un bipartidismo que parecía instalado y aceptado por todos cuando, de pronto, la crisis económica y lo complejo de los tiempos que estamos viviendo, provocaron un cambio en el paradigma que nos dejó con dos elecciones generales en apenas seis meses y casi un año de desgobierno. Ahí queda eso.
Queda claro que España necesita cambios. El nuevo Ejecutivo ha de ser consciente de que no todo son los límites, los estrechos márgenes y las instrucciones que nos llegan desde los altos organismos de la Unión Europea. Tras estos meses de incertidumbre, ahora más que nunca, necesitamos un Gobierno que nos represente a todos y que luche por los intereses de todos los españoles a partir de una premisa esencial: diálogo y negociación. En este barco ya no cabe navegar solo. John F. Kennedy dijo “nunca negociemos desde el temor y nunca temamos negociar”. Es hora de perder el miedo a dialogar y, lo que es más importante, a ceder. Es evidente que toda negociación implica cesiones de algún tipo, y no debe doler transigir si el resultado es positivo para todos.
Por lo demás, sería deseable que todos jugáramos con las mismas normas y aceptáramos las victorias y las derrotas con el talante democrático que se ha venido mostrando hasta la fecha. Digo esto porque discursos como el del portavoz adjunto de Esquerra Republicana de Catalunya resultan del todo inapropiados: insultar, desacreditar y humillar a otros diputados por no pensar igual, por no hacer lo que desde su partido se hubiera hecho, por no votar lo esperado, recuerda precisamente todo aquello contra lo que todos luchamos cada día en democracia. Se puede estar en total desacuerdo con la, no olvidemos, opción mayoritaria de nuestra cámara de representantes, pero sin caer en la bochornosa lección de intolerancia y mal gusto de alguien que pareció, simplemente, no saber perder.
Para terminar, dejando al margen lo que debe quedar en anécdota, debemos reconocer que se abre una nueva etapa apasionante en la que todos debemos estar a la altura. Hoy, solo queda desear suerte al nuevo Gobierno en su cometido pues su éxito, no lo olviden, será el de todos.