Como si nos encontráramos en plena Edad Media o en cualquiera de los Siete Reinos en los que el todopoderoso rey da órdenes a sus vasallos, con el peligro de ejecución en caso de desobediencia, el presidente Trump acaba de proceder de la misma manera al “ordenar” (sic) que las empresas americanas localizadas en China recojan sus bártulos y se vuelvan a casa. Así, tal cual.
No ha bastado el lío en que las ha metido iniciando una guerra en la que, como medida de presión o por reacción de China, les recaen aranceles que encarecen sus productos y lastran su competitividad. Ahora Trump les “ordena” desmantelar sus activos y llevarlos de vuelta a casa. Como si ello fuera fácil, factible y carente de coste.
Y no solo eso. Sin tener en cuenta el encarecimiento que supondría producir en su tierra que, por muy patriótico que suene, encarecería los costes de producción y, por tanto, el precio final acabando con los pocos visos de competitividad que pudiera quedar al producto.
Parece que es mejor que mueran en casa antes de que vivan en territorio enemigo. ”America first”. Y, a este paso, “last”.
Pero lo más grave es que un presidente con mandato efímero se atreva a proferir órdenes a sus empresas (simpatizantes o no) de donde establecerse o no. Trump ignora que la economía es global y el establecimiento de empresas lo marcan la oferta y la demanda, condicionada por las barreras de entrada y legislación de los países.
Pero, a partir de ahí, una empresa es libre de establecerse donde quiera (o pueda). Y mucho más libre de permanecer ahí donde ha establecido vínculos económicos. Este acto de Trump parece ser el punto álgido de la guerra comercial que él mismo se sacó de la chistera argumentando que China les ha “robado trillones de dólares así como su propiedad intelectual”. Acto seguido afirma que “estaríamos mucho mejor sin China”.
Este episodio muestra la finalización de la paciencia del mandatario americano que dice tomar medidas para atajar este problema de manera definitiva. Esta podría ser la chispa de la nueva (o, para algunos, continuación aunque en su tercera fase) crisis económica.
Si a esto le añadimos los malos resultados de las elecciones primarias en Argentina, la crisis de Venezuela, las revueltas ciudadanas en Hong Kong, un Brexit duro que daría lugar a una alta volatilidad de la libra e imposición de nuevos aranceles, la inversión de la curva de los tipos de interés (mayor rentabilidad de los bonos a corto plazo que lo de a largo plazo) como señal que ha precedido anteriores crisis económicas, contracción de la economía alemana (locomotora europea), señales de alarma en el Deutsche Bank, (uno de los mayores bancos de Europa), niveles récords de deuda tanto pública como privada, …, estamos ante una tormenta casi perfecta. Los estímulos que lanza el banco central europeo o la anunciada actuación de la Reserva Federal (Banco Central de Estados Unidos) tras la preocupación por la ralentización económica, disimulan el efecto pero no son infinitos. Trump, por cierto, se pregunta quién es su enemigo más grande: el presidente de China o el de su Reserva Federal.
Desde que se enciende la chispa hasta que se produce la deflagración total pasa un tiempo. Una crisis puede ser nefasta aunque también una fuente de oportunidades para quien las detecta y para quien ha ahorrado en épocas de bonanza.