Valtònyc no perdona

Aunque ciertamente el personaje no merezca la atención que le dispensan los medios, he dedicado en este diario varios artículos a las peripecias penales de Josep Miquel Arenas, alias Valtònyc. Tras su regreso después de su destierro en tierras belgas, al amparo de otro delincuente como Carles Puigdemont, ayer el agresivo ex rapero -según dice ahora, es 'ingeniero de software'- se explayó en unas declaraciones en las que parecía como si, en lugar de haber prescrito la condena que le fue impuesta, la Justicia le hubiera perdonado sus delitos.

Valtònyc, que sigue sin entender nada, dice que no perdona, como si hubiera algo que él, autor confeso de los delitos por los que fue condenado, hubiera de perdonarnos a nosotros, los ciudadanos sujetos pasivos de sus fechorías o al Estado que ejerce en nuestro nombre las prerrogativas de la Justicia. Con todo, bien se cuida de señalar que no volvería a perpetrar las vomitivas y violentas letras que adornaban sus creaciones, pero no porque se arrepienta, sino porque "he cambiado".

Que Arenas haya cambiado es un alivio, sobre todo para él, todo eso que se va a ahorrar. Pero no debería olvidar que ha podido regresar a su casa porque en este "estado represor que tiene quiebras democráticas" y "un pasado franquista que no ha sabido curar" hay un principio constitucional, desconocido en las dictaduras que jalean los de su cuerda política, que se llama seguridad jurídica y que supone que, por graves que sean los delitos cometidos, tras un lapso de tiempo sin haber sido perseguidos, o incluso tras haber sido juzgados y sentenciados, sus consecuencias desaparecen. Se llama prescripción de los delitos y penas.

Nada de esto tiene que ver con el perdón. El Estado no le ha perdonado a Valtònyc nada, pero su cobarde huida y su voluntario destierro durante seis años han obrado el milagro jurídico de la extinción de la obligación de cumplir la condena que le fue impuesta.