Se ha detectado un caso de poliomielitis en Malasia, concretamente en el estado de Sabah, en la isla de Borneo. No había habido ningún paciente declarado con la enfermedad desde 1992 y la enfermedad fue oficialmente declarada erradicada en el país en el año 2000. Este caso se suma a los detectados en Filipinas, donde tampoco se había producido ninguno desde 1993 y la proximidad geográfica entre el archipiélago filipino y Borneo ha hecho sospechar a los enfermos que podría tratarse de virus relacionados, lo que se ha comprobado mediante estudios genéticos.
En todos los casos se trata de niños no vacunados que viven en zonas económicamente deprimidas con sistemas sanitarios precarios y en los que muchos niños no son vacunados, en algunos casos por motivos de oposición por creencias tribales o religiosas, pero en la inmensa mayoría de los casos por simple abandono, desidia o falta de recursos.
Estos rebrotes de casos de polio en el sureste asiático, en zonas donde la enfermedad ya se había erradicado, con una gran densidad de población y países inestables con enormes carencias económicas, preocupa enormemente a la OMS, puesto que puede desbaratar el inmenso esfuerzo desarrollado durante décadas para la erradicación de la enfermedad. Precisamente es en Asia donde aun quedan dos países con casos endémicos, Afganistán y Pakistán. Las campañas de vacunación en esos dos países se ven dificultadas por las condiciones precarias de la población, la guerra y la oposición de algunos líderes religiosos musulmanes. Si surgieran nuevos focos en otras zonas del continente, se correría el riesgo de una nueva diseminación de la enfermedad.
En África, en Nigeria, el último país que tuvo casos endémicos, donde también existía una oposición a la vacunación por parte de grupos extremistas musulmanes, hace ya tres años que no se han diagnosticado casos nuevos.
Pero no es solo la polio y no es solo en países económicamente no desarrollados o deprimidos, donde hay problemas. También en Europa hemos tenido en las últimas décadas epidemias de enfermedades prevenibles, como la difteria o el sarampión. En los países del este, tras la caída de los regímenes comunistas, el hundimiento económico provocó un empobrecimiento de los sistemas sanitarios y la falta de recursos condujo a una caída dramática de los índices de vacunación y a la aparición de epidemias. Pero en la Europa Occidental y en Norteamérica tenemos el problema de los infames y estúpidos movimientos antivacunas, que se basan en razones esotéricas y teorías conspiranoicas, que están causando un daño tremendo al segmento más débil de la población, los niños, que son deliberadamente desprotegidos por sus padres, que ellos sí están vacunados en su mayoría.
Se han producido últimamente brotes epidémicos de sarampión en Europa Occidental y Estados Unidos, absurdos en países desarrollados. También en otras zonas más deprimidas, sobre todo de Sudamérica y Asia, en este caso no atribuibles a la estupidez humana, sino a la escasez de recursos. Uno muy preocupante se ha venido produciendo desde 2018 en la parte sudoccidental de la isla de Nueva Guinea, en la provincia de Papúa de Indonesia, entre la población asmat, que habita en zonas remotas de la isla y ha provocado la muerte de varias docenas de niños. En este caso se unen la lejanía y difícil accesibilidad de la zona y la desidia, corrupción y discriminación del gobierno indonesio hacia los nativos de la isla.
Está claro que la de las vacunas va a ser una guerra interminable. Una guerra contra la insuficiencia de presupuestos económicos, contra los prejuicios religiosos y étnicos, contra la inconsciencia y la ignorancia y también contra la estupidez, la necedad, la estulticia y la indecencia de los movimientos antivacunas del mundo desarrollado.