El pasado sábado fallecía Pablo Ráez, el joven marbellí que se erigió en auténtico símbolo de la lucha contra la leucemia. Este valiente, junto a toda su familia, nos hizo cómplices de su dolor, de su sufrimiento, pero también, por qué no decirlo, de una ilusión…de un hermoso sueño. Su padre, roto, reconocía que el cuerpo de su hijo no pudo aguantar más, que todo había acabado…¡maldita sea! En estos momentos es muy complicado tratar de encontrar sentido a muchas cosas. ¿Por qué alguien joven, lleno de vida, con maravillosas metas por alcanzar y sueños por cumplir debe enfrentarse a semejante prueba y saber, tras un segundo trasplante de médula, que a buen seguro esta batalla no la va a ganar? ¿Cómo es posible que tras semejante varapalo, tras caer una y otra vez, siguiera teniendo la ilusión de un niño, la fuerza de un adolescente y la pasión de todo un hombre, sin perder las ganas de vivir?
Desde el desconocimiento, desde la distancia, pero con mi más profundo sentimiento de admiración, solo puedo concluir que este héroe que llevó su lucha contra la leucemia a las redes sociales, que gritó a los cuatro vientos que iba a combatir mientras le quedara aliento, que disparó el número de donaciones de médula en más de un 1.000 % en 2016, es todo un ejemplo del que debemos tomar muy buena nota. Sus últimas palabras a su familia lo resumen todo: "Tenéis que seguir queriéndoos. Tenéis que estar contentos, hacer las cosas que queréis hacer en la vida y manteneros unidos". Duele.
Hay personas que tienen una larga existencia y que, sin embargo, nunca dejarán el mensaje, la impronta y la huella que Pablo nos ha legado a todos en sus veinte intensos y maravillosos años. Sí, la vida es un absoluto misterio al que no debemos tratar de buscar explicación. La vida es un laberinto, lleno de retos, repleto de senderos y caminos que tenemos la libertad de elegir, toda una aventura. Pero la vida también tiene trampas, desagradables sorpresas que te asaltan en cualquier punto de ese pasaje y a las que hay que hacer frente sin estar en absoluto preparado. La enfermedad y la muerte forman parte del juego, de ese trayecto, de esa aventura. Y Pablo lo sabía bien, pues en su último mensaje en una de las redes sociales que solía emplear para transmitir sus emociones y sus sentimientos, decía precisamente que “la muerte forma parte de la vida, por lo que no hay que temerla, sino amarla”. Vuelve a doler.
Aprendamos de esta extraordinaria lección que Pablo nos ha dado a todos. Vivamos intensamente, no podemos permitirnos el lujo de obviar lo más bonito, lo más bello, lo más hermoso, lo que de verdad merece le pena en la vida por perseguir metas materiales, egoístas, superficiales y absurdas. La vida tiene sentido si la disfrutamos con las personas a las que amamos, a las que admiramos y con las que nos sentimos bien. A todos nos gusta que las cosas funcionen en el trabajo y, lógicamente, debemos encontrar nuestra vocación, aquello que nos hace mejores, que nos realiza y que nos hace más completos. Pero no olvidemos nunca que las verdaderas emociones, los sentimientos a flor de piel, esas lágrimas de alegría, esos pelos de punta, esa sonrisa que somos incapaces de borrar, esa sensación de felicidad total y completa, no la da ningún trabajo. Eso solo lo dan las personas…tus hijos, tu pareja, tus padres, tus amigos…porque son lo más importante, lo que hace que todo tenga sentido, sin duda alguna.
Querido Pablo, gracias por poner los puntos sobre las íes. Solo espero que tu mensaje haya llegado, alto y claro, a todo el mundo. Gracias por demostrar que nunca hay que darse por vencido, que siempre hay una salida o, cuando menos, siempre hay que ver la posibilidad de encontrarla. Gracias por tu lección de vida. Desde aquí, y con tu permiso, hacemos nuestro tu hashtag #Siemprefuerte y las hermosas palabras de tu hermana Esther: “Una persona sólo se muere si la dejas de querer y por eso él siempre va a estar vivo con nosotros”.
