Igual sólo me pasa a mí, pero creo que el 25 de mayo no pasa de ser un día más del calendario, como cualquier otro jueves. Hay unas elecciones, pero parece que no.
Pocas veces he tenido la sensación de que un derecho universal interesa tan poco a sus potenciales destinatarios.
Los problemas de casa son tan acuciantes que nos da mucha pereza mirar hacia Bruselas.
Y lo peor es que tengo la sensación que nos importa tan poco como a los que disfrutarán de pingües salarios y dietas, sentados en un cómodo sillón de la eurocámara.
Si no fuera por lo que está en juego, pensaría que los candidatos son los principales interesados en que pasen los días sin más y nos olvidemos de Europa hasta la próxima cita. Incluso con lo que está en juego. Aunque a mí me sigue fascinando la insigne Armengol. Ella sí sabe qué pasará el día 26 de mayo. Miren, mejor. No sabe qué hacer con el partido que dirige, con su discurso político, con su cargo en la oposición, pero sí sabe qué hará el PP al día siguiente. Eso sí es visión de futuro.
Es cierto que la manida crisis ha recortado en los grandes actos, caravanas electorales y demás parafernalias, pero es que, por mucho que me esfuerce, no encuentro ni un solo mensaje nuevo o esperanzador en el discurso de los candidatos de los grandes partidos. Cañete y Valenciano son de otra generación. Yogures caducados y el Che Guevara son las principales referencias de los candidatos.No encajan en este siglo y ahora, han puesto rumbo a Europa para pretender formar parte de la vanguardia política. No hablamos de posibilidades de futuro, ni siquiera pueden hablar del presente.
Europa es una de las citas más importantes del viejo continente y lleva años arrastrado por sus representantes, empeñados en convertirlo en el cementerio de elefantes. Europa debe ser el laboratorio para el futuro de millones de ciudadanos.