Munich ha sucedido a Baviera y a Niza. La sociedad occidental está viviendo una escalada terrorista altamente preocupante. Una epidemia que está acabando con la seguridad de una civilización tejida durante siglos. Los ciudadanos viven acongojados por la ola de atentados que siembra de dolor, sangre y miedo las zonas de ocio y medios de transporte del viejo continente.
La explosión de actos violentos y extremistas realizados por pequeños grupos radicalizados que nada tienen que ver entre sí, tienen unas raíces que superan mi capacidad de análisis y de asombro. Muestran una misma dinámica de inspiración. Acaban con centenares de vidas inocentes. Ejecutan macabras acciones a las que tampoco sobreviven. Provocan odio y desconfianza que por el efecto amplificador de los medios acaba afectando la vida diaria de millones de personas, de civilizaciones completas.
Sociológicamente, se comportan como un movimiento que está socializando la radicalización exprés y con la sola lógica del contagio. Acciones impactantes que generan un efecto mimético devastador. La religión, la vida del más allá, la revancha, la razón básica acaba siendo lo de menos. Solo pueden ser interpretados como fetiches a las órdenes de una obsesión, de una creencia delirante.
Fanáticos, recelosos, rencorosos, obsesivos y vengativos se están poniendo al servicio de su idea prevalente obsesiva, paranoica, que invade su proyecto vital, hasta el mismo instante final. Provocan un panorama de destrucción, odio y sufrimiento que afecta a sus propias familias y al que sucumben.
Una verdadera manada de lobos, de lobos solitarios comunicados y coordinados por las posibilidades que ofrecen las tecnologías de comunicación e instrumentalizados por unas ideas. Una manada de lobos que fuera de su tema delirante se comportan como bien adaptados a la realidad.
Sin embargo muchos clínicos se inclinan por afirmar que es toda la personalidad la que está profundamente alterada. El sistema ideo-afectivo alterado actúa de soporte de la materia delirante y se desarrolla en dos direcciones explosivas, el de perjuicio y el de grandeza. A la personalidad predispuesta, habitualmente paranoica, se le añade, a menudo, desintegraciones sociales que les cambian su rumbo manteniendo su estructura. El resultado, devastador. La solución no se antoja nada fácil.