En el mar de declaraciones y contradeclaraciones de estos días se ha deslizado por ahí un supuesto anuncio del futuro alcalde de Palma que parece decir que quiere volver a abrir Blanquerna al tráfico rodado. Al parecer es cierto que la alcaldesa saliente no habría cumplido estrictamente su palabra cuando les prometió a los comerciantes de la zona que abriría la calle peatonal a los coches. Al final, el ciudadano no se aclara sobre qué se pretendió hacer, cuál era el proyecto y qué se desea, pero sí que todo el mundo tiene claro que el aspecto de Blanquerna es el de una calle peatonal. Ahora, según dicen, Isern habría anunciado un cambio de postura municipal, para permitir que los coches vuelvan a circular por esta vía. Pues bien: sería un error garrafal. La calle Blanquerna ha sido un acierto, tiene un aspecto muy sugerente, es muy atractiva para los peatones y si adolece de algo es de ambiente, de clima para pasear por allí. Pero, como es obvio, el resultado ha sido bastante logrado. Cuando una ciudad logra algo positivo, más allá de las críticas iniciales, hay que mantenerlo, hay que conservarlo y, si acaso, hay que corregir los fallos que hubiera podido haber. Pero no es el momento de ponerse a deshacer lo hecho. También los comerciantes de Olmos se opusieron a la peatonalización y no por eso nos hemos de poner a deshacer lo hecho. Si Palma y el Govern no saben que los retos están en el futuro y no mirando al pasado, se equivocan. Isern debe tomar lo existente y mirar qué puede hacer para dinamizar aquella zona. Debe pensar por qué Palma tiene casi una decena de kioskos de prensa cerrados y abandonados. Y debe pensar en soluciones baratas para darle vida a lo que está muerto. Y debe buscar que la ruta martiana conviva con los vecinos (si es que eso es posible). La marcha atrás es un error que le costará apoyos. Incluso entre quienes le están pidiendo que deje paso a los coches en Blanquerna. Lo que se ha encontrado es el punto de partida, no para un viaje hacia atrás.
