Una de las ventajas de ser popular, conocido,..., llámenlo como quieran, es que conoces a muchísima gente. Sé que es una incongruencia lo que voy a decir, conoces a mucha gente, como decía hace un segundo, pero en realidad no llegas a conocer a nadie. Bueno, dejaré la filosofía para otro día he iré al grano.
La semana pasada estuve cenando con unos amigos en Tahini de Puerto Portals, un japonés que os recomiendo del Grupo Cappuccino, con unos de esos grupos de personas que he conocido por el camino. Allí surgió la idea de hacer una cenita informal en casa de uno de ellos, en Cala Ratjada (para los que no conocen Mallorca, está en la otra punta de la isla, a una hora de camino y , para los mallorquines eso está muy lejos). Mi respuesta fue clara y contundente:
-No. Me da mucha pereza coger el coche para ir allá a cenar, tomar una copa y volver de nuevo a casa con el miedo de encontrarme un control de alcoholemia en alguna de las 50 rotondas que puede haber por el camino.
-No te preocupes, nosotros te pondremos un chófer, y si te apetece, te puedes quedar a dormir por allí.
-¿Chófer? dije yo.
Llegó el día. Por primera vez en mi vida, a punto de cumplir los 40 años, un chófer, al que llamaré Ambrosio para mantener su anonimato, estaba esperándome a las 20h, con un flamante Mercedes, en la puerta de mi casa.
-Un poco de Moët & Chandon para amenizar el trayecto, caballero?
-Por favor, Ambrosio.
Una hora después llegamos a la puerta de la finca en la que íbamos a cenar. Salgo del Mercedes y atónito me quedé al ver el paisaje. Observo a lo lejos como se acerca el anfitrión de la casa para recibirme.
Acto seguido vamos dando un paseo a conocer el espacio. Estaba visitando la típica casa, esa casa con un gimnasio, una sauna, un jacuzzi interior y otro exterior, 2 cocinas, piscina exterior climatizada,... Vamos! La típica casa.
Me acompañan al porche y allí me recibe un coctelero que me pregunta:
-¿Qué desea tomar el caballero?
Observo fijamente las bebidas y bla, bla, bla.
Una cena informal perfecta, una compañía muy agradable y, unos bailes después decidimos dar por finalizada la velada.
Me subo en el coche con Ambrosio de nuevo, próximo destino, el Hotel Cap Vermell Beach Club en Canyamel. Me dan la llave de una de las 12 habitaciones y me voy a dormir.
A la mañana siguiente nos encontrábamos de nuevo para desayunar en frente del mar en el hotel. Una horita después decido bajar a las tumbonas para tomar un poco el sol, me baño en el jacuzzi exterior con vistas al mar y vuelta de nuevo a la tumbona. Menuda vida dura!
Llegó la hora de comer, subimos al restaurante del hotel y disfrutamos del excelente menú degustación del chef Manu Pereira. Exquisito!
Mientras tomaba el café me empezaba a sentir como Cenicienta, horas antes de convertirme en calabaza, mientras ya podía observar como Ambrosio esperaba con la puerta abierta del coche para devolverme a mi realidad.
Ha sido un sueño, y ,aunque apenas haya durado 24 horas, os puedo asegurar que valió la pena.
Andrés Llompart