Decidido, emprendedor, perseverante, inconformista... Son adjetivos que definen el carácter personal y empresarial de Francisco Jiménez Pérez, director general de Representaciones Costabella.
Nacido en Talavera de la Reina en 1955, Francisco es el segundo de cuatro hermanos, y él, el único varón. Su padre y su madre trabajaban en una empresa de fermentación y elaboración de tabaco del municipio, pero lo cierto es que las expectativas de progreso para la familia no permitían soñar con un futuro mucho mejor... Eran tiempos duros, difíciles, nada sobraba. En casa, le inculcaron que no se debía comprar aquello que no se podía pagar al momento y que uno debía ser honesto y trabajador.
Ya de niño, Francisco Jiménez sabía que no podría seguir estudiando. De hecho, tampoco le entusiasmaba. Sin embargo, sí tenía ilusión, y muy prematura, por montar una tienda. Era –creía él- una forma de progresar, de ser alguien en la vida. “A los 12 años al finalizar el curso escolar, llegué contento a casa y le dije a mi madre que había encontrado trabajo. Recuerdo el anuncio en una perfumería-droguería: ‘Se necesita muchacho de los recados’. Mi madre se puso contenta, o eso pensé”.
Fue el primero de sus empleos, porque luego siguieron sucesivamente el de camarero (“añadiendo agua al vino y sirviendo chatos y cañas”), y aprendiz de electricista (“aprendí poco, porque a menudo nos encontrábamos incluso sin material para poder trabajar”).
En 1970, hubo un cambio drástico de vida, puesto que la familia al completo se trasladó a Mallorca para labrarse un futuro mejor. En la Isla, el trabajo campaba a sus anchas, en contraste con la región de nacimiento de Francisco. Su padre pudo comprar un coche gracias a un aval del maestro de obra con el que trabajaba. Todo empezaba a cambiar... y para bien.
Ya en Palma, el joven Jiménez empezó a trabajar enseguida, nuevamente como electricista, en la empresa Francisco Benito Delgado. Entre otros trabajos, en la ampliación del cableado del Dique del Oeste o poniendo apliques en los primeros pisos sindicales de ASIMA, en Sa Indioteria.
Posteriormente, vino una etapa en la que fue aprendiz de yesero. Uno de sus primeros trabajos fue en el primer bloque de viviendas sindicales de Son Roca para posterior-mente aprender el oficio en la empresa del maestro Tomás Pons. “Pero el trabajo de los yeseros era a destajo: tantos metros hacías, tantos metros cobrabas; era una faena muy dura e intensa físicamente”.
Al cumplir los 20 años, ingresó en el servicio militar como voluntario en el ejército de Aviación en Son Sant Joan. Aprovechaba los permisos y cualquier tiempo libre para trabajar haciendo unos remates y así ganar unas pesetitas, ¡que siempre vienen bien!.El carácter inquieto y dinámico de Francis-co Jiménez le comportó mucho movimiento, mucho cambio, en poco tiempo, pero él lo asumía con naturalidad. “Si no te mueves, nadie te viene a buscar a casa”, razona. Recuerda que “era difícil adaptarse a una sociedad y cultura diferentes, la mallorquina, con su idiosincrasia y su manera de fer ses coses, pero con trabajo, perseverancia y seriedad, poco a poco te ibas ganando su confianza”.
A marchas forzadas, se estaba formando en la denominada “universidad de la calle”. En 1977, entró en el mundo de las ventas a través de una compañía de venta piramidal. Hizo presentaciones de negocio en el Hotel Victoria y pronto se dio cuenta de que aquello no funcionaba. Y empezó a vender con un mayorista de droguería. Se movía en un Seat 850 y ya ganaba un salario razonable.
Un año después, en 1978, montó una delegación de fábrica, ubicada en Castellón, en las naves Poima del antiguo Polígono de la Paz (hoy conocido como Can Valero), en el cual almacenaba productos de limpieza, con Bartolomé Sastre de administrador, “un prohombre, un señor muy serio, bien posicionado y muy honesto”. Francisco comerciaba con esos productos varios de menaje y limpieza y hacía absolutamente de todo: descargaba los contenedores a mano, vendía, repartía, cumplimentaba los albaranes... En el 1981, se incendió la fábrica.
Poco después, en 1984, constituyó una sociedad con un compañero, Gabriel Durán, que dio nombre a la empresa, “porque vendía mejor que el nombre de Francisco Jiménez. Es así”. Pero la aventura duró apenas dos años.
Francisco se quedó con la mayor parte de la plantilla (diez trabajadores) y le cambió el nombre a la empresa por el de Representaciones Costabella (“busqué un nombre que sonara bien”, confiesa), y se mantiene hasta nuestros días. “Como el negocio crecía y la nave se le iba quedando pequeña, tuve la ocasión de alquilar otra de las mismas características, pero tenía la misma problemática que la primera; ya que estaban en un primer piso y en bloques separados por una calle. Solucioné el problema ideando y haciendo construir un puente para enlazar los dos almacenes y poder duplicar el espacio de almacenaje, con un mejor acceso en las cargas y descargas; lo cual no era una cuestión menor. El puente, a día de hoy, sigue donde se construyó”.
Con el tiempo, la empresa fue progresando. “Antes era más fácil llegar a un cliente, a pesar de que siempre ha habido mucha competencia. En los últimos años, la globalización ha destruido buena parte del comercio minorista. Las centrales de compras, las marcas blancas... nos han hecho mucho daño a los distribuidores”.
En 1995, tuvo la oportunidad de dar un salto clave y comprar un solar para construir la nave que alberga hoy la empresa, la cual pagó tras vender un so-lar de su propiedad, aunque en estas ocasiones no se pueda evitar recurrir a entidades bancarias.
Francisco Jiménez tenía una premisa muy clara en sus negocios, una clave: trabajar con dinero propio. “No me ha gustado depender del crédito ajeno. Creo que eso me ha ahorrado muchos problemas”, asevera. “Siempre he intentado trabajar con mi dinero, y siempre he cuidado la economía de mi empresa a diario. Lo he hecho y lo sigo haciendo, yo personalmente”, enfatiza. En este sentido, subraya que Representaciones Costabella goza de buena salud.
Es obvio, en todo caso, que los problemas y las dificultades nunca faltan en la trayectoria de una empresa. Y un momento de especial dificultad llegó en el año 2000, con el denominado y temido ‘efecto 2000’. “Sufrimos un problema importantísimo con el cambio en la instalación informática. Nos las vimos y deseamos para salvar aquella situación. Veía a los trabajadores, exhaustos, trabajando hasta las diez de la noche muchos días para sacar la faena adelante. Fue una auténtica pesadilla”.
Aquello, para su empresa, fue más duro que la crisis del 1992 o de 1995. Al ver las orejas al lobo, Francisco Jiménez decidió escindir en dos vertientes su empresa: por un lado, la nave; por otro, el apartado comercial. Además, y como quiera que le gusta moverse, explorar nuevos terrenos, se introdujo (allá por 2006) en el negocio de la promoción y la construcción de viviendas. “Aquella fue una incursión errónea, debido al momento en el que se inició”, lamenta.
Y añade que “un negocio para el empresario es su vida, forma parte de uno, la recompensa no es más que el resultado de tu trabajo, la consecuencia de hacer las cosas bien”. Lo que más valora en un trabajador (y tiene 16 fijos más algún autónomo) es que esté siempre que se le necesite, que sea constante, que se pueda contar con él. En todo caso, Francisco Jiménez, ante la disyuntiva de la imposición o el ejemplo, opta por lo segundo. Por ello, cada día a las seis de la mañana es el primer miembro de la empresa en llegar y en abrir las puertas y encender las luces.
Por otra parte, explica que el único secreto para paliar los efectos de la crisis actual es “siendo austeros, aprovechando los recursos al máximo y con más implicación que nunca”.
De esta manera, bajo el liderazgo de un hombre hecho a sí mismo y batallador como pocos, la empresa Representaciones Costabella se dedica, hoy como antaño, a la representación y distribución de productos de alimentación y limpieza, a grandes clientes, en calidad de distribuidor por cuenta de las fábricas que llevan depositando su confianza en él, durante más de treinta años y como mayorista llegando a todos los rincones de la Isla. “La vida del empresario es así, te tienes que ir reubicando, readaptando a las necesidades y a los cambios”.
Siendo la empresa una de las grandes pasiones de su vida, a Francisco Jiménez le fascina también el paisaje de Mallorca, que conoce bien porque su principal afición para su poco tiempo de ocio es el senderismo. Paso a paso, Francisco ha llegado lejos: en la montaña y en el mundo empresarial.
Esta entrevista ha sido publicada en el libro Empresarios con Valor editado por Asima para realzar la figura del empresario.