Rafa Nadal, el deportista español más laureado y más icónico de la historia, ha acudido esta semana al Consolat, invitado por la presidenta del Govern, como si fuera un visitante más de los muchos que son recibidos por la responsable del Ejecutivo balear. Ni el día elegido -laborable-, ni la hora -a media mañana, bajo un calor sofocante-, ni la publicidad del acto, ni la organización, ni el formato correspondieron a la relevancia social del ilustre visitante. Fue un homenaje minúsculo, rayando el ridículo, para el deportista más grande.
No se entiende cómo un Govern que acostumbra a manejar la propaganda y la escenografía con habilidad y sin escatimar en esfuerzos y recursos, haya sido tan tacaño en lo que, según la agenda de la presidenta y la convocatoria a los medios de comunicación, era nada más y nada menos que el “Acto de reconocimiento a la trayectoria del tenista Rafel Nadal Parera”.
Como el deporte balear goza de una excelente salud, hemos visto, a lo largo de los últimos años cómo numerosos deportistas ofrecían sus triunfos desde el balcón del Consolat ante el público apostado en el Passeig de Sagrera. Triunfos individuales y éxitos colectivos ofrecidos a aficionados que, en mayor o menor medida, acudían a ver de cerca a sus ídolos y reconocer sus logros.
Nada de eso pasó en el triste acto que el Govern preparó a Nadal. Por no haber, ni siquiera estaba la última Copa de los Mosqueteros ganada por el tenista manacorí, la número catorce de su carrera para completar 22 Grand Slams hasta la fecha, una cifra que le sitúa como el tenista más laureado en la historia de este deporte.
Rafa llegó solo al Consolat y lo abandonó ante la presencia de una veintena de afortunados que en ese momento pasaban por la calle y que, al reconocerle, le pidieron una foto y un autógrafo. Ha habido innumerables actos de autobombo o presentación de planes estratégicos del Ejecutivo a lo largo de estos últimos años bastante más lucidos y mejor preparados que el acto de reconocimiento dispensado a Nadal. Y, sobre todo, mejor guionizados, mejor pensados y mejor ejecutados.
Pero como siempre es posible hacerlo peor, ahí está el ayuntamiento de Manacor, la localidad natal del bueno de Rafa, donde ni le han recibido, aunque sea de manera discreta, ni se espera que lo hagan. Eso sí, parece que, por fin, se ha puesto de acuerdo la corporación municipal para autorizar la instalación de una estatua del tenista en el centro de la ciudad. Todo un detalle.
Da la impresión de que Rafa Nadal es más querido fuera de Mallorca que en su propia tierra. Por lo menos entre la clase política. Allá por donde va se le reconocen sus triunfos deportivos y sus valores, en actos públicos de todo tipo. Es cierto que el año 2008, el tenista de Manacor recibió la Medalla de Oro de la Comunidad, la máxima distinción de la administración autonómica que reciben cada año una decena de ciudadanos, pero se echa en falta la organización de un reconocimiento multitudinario a su figura, ocasión que se ha vuelto a desaprovechar este año, tras su victoria catorce sobre la arcilla de la Philippe-Chatrier.
Porque Nadal debería haber recorrido las calles de su Manacor natal o de Palma como lo hacen el Madrid o el Barça cuando ganan la Champions, para recibir de verdad el cariño de la gente. No le toca a él organizarlo, por supuesto, sino a las administraciones competentes.
Nadal es al tenis lo que el Real Madrid al fútbol. Nadie tiene más títulos en sus vitrinas. Nadal es un ejemplo de superación, constancia, mentalidad positiva, capacidad competitiva, resiliencia, fair play y naturalidad en la victoria y en la derrota. Un referente dentro y fuera del deporte. Un deportista único. Alguien que no se discute y que merecería un reconocimiento a la altura de su inigualable figura.
Queda tiempo para hacérselo estando en activo porque, afortunadamente, quiere seguir jugando, a pesar de su lesión crónica en el pie. Pero no demasiado.
Por cierto, felicidades, Rafa, por tu futura paternidad.