Un club marítimo a la medida de las personas

El conflicto desatado en el Molinar con el intento de convertir el actual club marítimo en un descomunal macropuerto deportivo que desvirtuaría la idiosincrasia de la entrañable barriada palmesana ha de mover a la reflexión de como no se deben acometer iniciativas que van en contra del interés público, sobre todo sin escuchar la opinión mayoritaria de la gente. Quien sí lo ha entendido a la perfección es el alcalde Mateu Isern, que ha frenado el desbocado proyecto antes de que el asunto se le fuera de las manos a sus promotores. A buen seguro Isern ha tenido  muy presentes los hechos de Gamonal (Burgos) a la hora de echar el freno de mano. Ha actuado con nobleza desinteresada y con valor, convirtiéndose en un espejo para muchos de sus conciudadanos. Los voluntarismos huérfanos de sentido común son siempre contraproducentes en una democracia, pero mucho más cuando la sociedad soporta una amarga, larga e interminable crisis económica. Es entonces cuando hay más peligro de que explote la crispación. No hay duda que el Club Marítimo del Molinar necesita mejoras. Y muchas. Pero si se han de acometer que sea desde la racionalidad, el respeto y el equilibrio. Un proyecto serio, moderado, inteligente y adaptado al entorno habría obtenido una más que notable anuencia. Pero el gigantismo delirante lo único que recoge es el más displicente de los rechazos, que son la antesala del fracaso. En los asuntos humanos la regla es siempre la misma: se avanza desde la mesura y el tacto. Los caprichos suelen señalar el camino del abismo.

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