Turbulencias en los Balcanes

La zona de los Balcanes ha sido desde hace siglos un área de gran inestabilidad y conflicto en Europa. Territorio de frontera y confrontación entre el Imperio Otomano y el Imperio Austrohúngaro, y también entre los otomanos y el Imperio Ruso, que actuó en ayuda de los pueblos eslavos ortodoxos de la zona, Serbia, Bulgaria, Macedonia y Montenegro, ha sido teatro permanente de conflictos bélicos y diplomáticos en los últimos quinientos años, y más atrás.

Solo en el siglo XX cabe recordar que la Primera Guerra Mundial se inicia por el asesinato del heredero austrohúngaro Franz Ferdinand en Sarajevo por parte de un nacionalista serbobosnio y que las únicas guerras europeas después del final de la Segunda Guerra Mundial han sido las de desintegración de Yugoslavia en los últimos años del siglo pasado y primeros del presente, aparte de los conflictos en y entre los países de la antigua Unión Soviética.

Ahora mismo hay serias turbulencias en al menos cuatro países de la zona. En Serbia habrá elecciones presidenciales en abril, en las que es favorito Aleksandar Vucic, proeuropeo partidario de la adhesión a la UE, pero que también procura tener buenas relaciones con Rusia, aliada tradicional de los serbios y que, en cualquier caso, tiene casi la mitad del parlamento en manos de diputados de los partidos de la oposición, ultranacionalistas, prorrusos y eurófobos, lo que le obliga a gobernar en una coalición de nueve partidos, lo que no contribuye precisamente a la estabilidad de un país inmerso en una crisis económica enorme e inacabable, sumido en un dilema existencial entre Rusia y Europa y profundamente dolido y resentido con la independencia de Kosovo, que ellos viven como una mutilación.

En Montenegro, país invitado en 2015 a incorporarse a la OTAN, lo que encolerizó a Rusia, y que está punto de hacerlo, se produjo en octubre pasado un confuso episodio que, al parecer, se trataba de un intento de golpe estado para asesinar al entonces primer ministro Milo Dujkanovic, proeuropeo, anular el proceso electoral e instaurar un gobierno proserbio y prorruso que cancelara la adhesión a la alianza atlántica y reanudara los vínculos políticos con sus hermanos eslavos. La fiscalía de Montenegro ha acusado a Rusia de participar en la organización del golpe, lo que ha sido negado categóricamente por el gobierno ruso, pero en la prensa británica, concretamente el diario “The Telegraph”, se apunta a la participación de agentes de la inteligencia militar rusa en el intento de golpe y que dos agentes rusos estarían en busca y captura por la Interpol, según informaciones de origen anónimo del gobierno británico.

En Macedonia hay un conflicto institucional gravísimo, con un primer ministro interino desde enero de 2016 y la formación de gobierno bloqueada por el presidente porque se opone a la eventual entrada en el mismo, o apoyo parlamentario, de los partidos representantes de la minoría albanesa, que son necesarios pero condicionan su soporte a un cambio constitucional que declare al albanés segunda lengua oficial en el país, a lo que se opone la mayoría eslava.

Y en Kosovo el gobierno anuncia la creación de un ejército propio, lo que es contrario a los acuerdos que firmó al acceder a la independencia bajo la tutela de la ONU y la OTAN. Serbia y Rusia se oponen firmemente y tampoco la UE es partidaria, pero el presidente kosovar, Hashim Thaçi, lo justifica arguyendo la creciente influencia de Rusia en Serbia, lo que es percibido por su gobierno como una amenaza directa.

Europa necesita estabilidad en los Balcanes, cosa que ahora mismo dista mucho de ser una realidad. Además, debido a la crisis económica y existencial de la Unión Europea, la idea de la adhesión a la UE ha caído mucho en popularidad en esos países, a lo que también contribuye la continua injerencia de Rusia, que siempre ha considerado que se trata de una zona de interés estratégico para su seguridad y que, por tanto, ha tratado de mantener bajo su influencia. De hecho, todo indica que el Kremlin está intentando utilizar en la zona tácticas de lo que se ha dado en denominar “guerra híbrida”, que los rusos llaman “guerra no lineal”, similares a las que ha aplicado en Ucrania, aunque sin el componente militar.

La UE debe salir de su ensimismamiento y la conmoción que le ha producido el “brexit” e iniciar una política decidida de acercamiento que le devuelva el atractivo y contribuya a disipar las pulsiones prorrusas y eurófobas. El espectáculo lamentable de casi la mitad del parlamento serbio abucheando e insultando a Federica Mogherini hace una semana, cuando la Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad se dirigía a la cámara acompañada del primer ministro Vucic, debe ser un serio toque de atención para las instituciones y los gobiernos europeos, incluso aunque la mayoría de los energúmenos eran miembros de los partidos ultranacionalistas serbios, fundados y dirigidos por individuos que han cometido, o se sospecha que lo han hecho, crímenes contra la humanidad durante los conflictos yugoslavos.

Probablemente en ningún otro país es perceptible como en Serbia la contradicción entre Rusia y Europa y la sociedad serbia está desgarrada entre la pulsión europea y la paneslavista. Conseguir que prevalezca y se haga mayoritaria la primera y que los serbios se integren en los estándares europeos es el reto de la UE, ya que, sin duda, conseguirlo sería un paso de gigante en la estabilización de todos los Balcanes, aunque hay que contar con que Rusia movilizará todos sus recursos para evitarlo y mantener su ascendiente sobre quien ha sido su gran aliado en la zona.

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