JAUME SANTACANA. Hace más de cuarenta abriles que voy en moto. Siempre. Para mi, una ciudad sin moto es un conglomerado de asfalto i sangre humana que deambula por una serie de senderos urbanos. No es más que eso.
Con moto, la ciudad se convierte, además, en un espectáculo cruento, donde el peligro acecha continuamente, y la esperanza de vida se acorta en unas cuantas décadas.
El peor peligro para los motoristas son –sin lugar a dudas- los otros motoristas. La inconsciencia general se ha apoderado de una parte de la población motera, reduciendo las medidas de sus respectivos cerebros hasta su mínima expresión; y, la verdad, poco cerebro y unas manos en un manillar, equivalen a un salto, en picado, desde la Torre del Oro en Sevilla.
El modo de conducir de los “otros” motoristas (yo, con mi edad, asumo la prudencia como un valor positivo; no me queda otro remedio…) suele ser temerario, salvaje, y tóxico. No hacen caso de ninguna de las normas de circulación en vigor, sortean –a modo de piruetas circenses- a los otros vehículos y a los peatones, de manera inequívocamente irresponsable. A veces, a algunos de los peatones, ni los sortean: se los llevan por delante sin demasiadas contemplaciones, en vivo.
No me gusta generalizar, pero hay mucho motorista suelto, con una capacidad de ejercer la imbecilidad en estado puro, realmente admirable.
La conjunción astral más implacable es la que resulta de un motorista gilipollas con un conductor de coche idiota y, además, sin intermitentes; o sin utilizarlos.
Mejor dicho, falta, todavía, un elemento crucial: motorista gilipollas, conductor idiota y, finalmente, un ciclista. ¡Ahí es nada!
El ciclista le añade a la magnífica combinación, el elemento humano imprescindible: pone el cuerpo. El ciclista, normalmente, no es que no siga las normas elementales del código viario, sino que, además, se las salta; igual que se salta los semáforos, las direcciones prohibidas, los stop, y la madre que los parió.
Pero eso sí: el ciclista le da a la cosa la nota de color; de color rojo. Es decir, la sangre del espectáculo la pone, gratis, el ciclista (del peatón atropellado no hablo, porque el pobre peatón es muy sufrido y con los golpes no sangra…produce unas hemorragias internas muy aceptables).
Yo, probablemente, moriré encima de mi Honda 250: pero de un infarto…