Supongo que a estas alturas no debe dolernos reconocer que, como individuos, contamos con nula o escasa preparación a la hora de afrontar el mayor y más importante de los retos que se nos presenta a lo largo de nuestra vida: ser madres y padres. Así como todo trabajo o cualquier tipo de actividad que pretendamos llevar a cabo exige una cualificación y una formación previas, a la hora de la procreación (que, por cierto, no deja de caer en picado con números preocupantes en lo que a nuestro país se refiere) cuando nos queremos dar cuenta, ya tenemos entre nuestros brazos a ese pequeño milagro que nos ha cambiado la vida para siempre. Ni que decir tiene que, para que nuestros hijos puedan crecer en un ambiente sano, seguro y desarrollar todo su potencial, deben darse unas mínimas condiciones socioeconómicas que, todo hay que decirlo, por lo general se presentan en España, y contamos con la inestimable ayuda de escuelas, colegios e institutos.
En este sentido, y de un tiempo a esta parte, con la globalización, con la ya imparable implantación de las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC´s) y a la vista del nuevo mundo que se sitúa ante nosotros, de forma gradual está teniendo lugar una maravillosa y más que necesaria revolución silenciosa que va alcanzando a un cada vez más elevado número de centros educativos, públicos y privados, y que tiene que ver con una nueva forma de concebir la educación. El colegio de nuestros pequeños fenómenos no es una excepción y ha lanzado una apasionante propuesta que, si bien se encuentra en pleno proceso de implantación, me parece sencillamente espectacular.
Desde esta nueva perspectiva que va cobrando cada vez un mayor protagonismo, el colegio como puro centro de enseñanza tiene los días contados. En el mundo que nos ha correspondido vivir, ya no nos basta con la mera adquisición de una incesante suma de conocimientos que, por otra parte, tendremos siempre a nuestra disposición gracias a nuestras queridas TIC’s. Parece que, al fin, nos hemos dado cuenta de que lo realmente importante no es transmitir conocimientos sino formar personas. Porque después de todo, y si nos preguntan qué queremos para nuestros hijos, seguro que coincidimos en desearles tengan todas las herramientas posibles en sus manos que les permitan, por un lado, poder elegir el camino que les realice como individuos y, por otro, ser capaces de afrontar con éxito los retos que ante ellos se van a ir presentando.
Evidentemente, adquirir conocimientos sigue siendo importante, pero ya no es suficiente. Ahora se completa esta maravillosa labor desde el aprendizaje por parte de los propios alumnos y a través de la experiencia, buscando y cuestionándolo absolutamente todo, porque solo el que hace preguntas será capaz de buscar y encontrar las respuestas. La educación emocional cobra la importancia que merece porque, en última instancia, todos nos movemos, nos manifestamos y vamos creciendo como personas a través de nuestras emociones. Resulta esencial que todos aprendamos a gestionar nuestros sentimientos y que sepamos reconocernos en ellos. Importan las matemáticas, por supuesto, pero también importa transmitir valores que les haga mejores personas, aprender a trabajar en equipo y de forma cooperativa, ser capaces de abandonar la zona de confort sin que resulte en absoluto traumático y adquirir una autonomía que les dote de todo un conjunto de competencias con las que afrontar cualquier reto. En definitiva, maravillosa propuesta que hará de nuestros hijos personas con una mayor capacidad de adaptarse a los cambios, más conscientes de todo lo que les rodea y, por tanto, más solidarios, más transparentes y más reflexivos.
Finalmente, no olvidemos que para alcanzar ese resultado es imprescindible que todos aportemos nuestro granito de arena. Resulta esencial contar con docentes vocacionales que crean en un proyecto que va mucho más allá de un centro escolar; resulta imperativo que en algún momento podamos disfrutar del tan ansiado y nunca alcanzado pacto educativo que permita instaurar esta nueva forma de aprender a todos los niveles, conectando desde la enseñanza infantil hasta los estudios universitarios; y, finalmente, los padres seguimos jugando un papel clave pues, como no puede ser de otro modo, no podemos desconectarnos de este imparable proceso que habrá de convertir a nuestros hijos en dueños de su propia vida.