El movimiento 15-M comenzó como una revuelta espontánea en la que la gente decía ¡basta ya! a los abusos de políticos y bancos. Sin embargo, un mes después las protestas de los indignados, o de una parte de ellos, ha degenerado en una espiral de violencia y guerrilla urbana. Los insultos a Gallardón cuando paseaba a su perro, las amenazas, escupitajos y zarandeos a los diputados del Parlamento catalán, elegidos democráticamente en las urnas, y hasta la garrafa de agua que le cayó encima al coordinador general de IU, Cayo Lara, por querer arrimarse a los indignados, son actos que no se deben consentir. Desde el comienzo del movimiento, el Ministerio del Interior ha demostrado mucha tibieza con los indignados, permitiéndoles acampar a sus anchas o más bien okupar muchas plazas de España. Incumpliendo lo dictado por la Junta Electoral, les permitió quedarse durante la jornada de reflexión. Ahora, cuando el asunto se les ha ido completamente de las manos, cuando la violencia supera todos los niveles, Rubalcaba promete que actuarán con firmeza ante los que tengan comportamientos intimidatorios. A buenas horas, mangas verdes.
