Los dos atentados terroristas de este fin de semana en Volgogrado, perpretado el primero por una de las denominadas “viudas negras”, mujeres caucasianas musulmanas, la mayoría chechenas, viudas de combatientes terroristas muertos por las fuerzas militares o de seguridad rusas y el segundo de autoría un incierta, pero relacionado también con toda probabilidad con el separatismo islamista de las repúblicas caucásicas de la Federación Rusa, han puesto de manifiesto el problema de la seguridad en los juegos olímpicos de invierno que se celebrarán en Sochi en unas pocas semanas.
Los rebeldes islamistas han manifestado que harán todo lo posible para obstaculizar los juegos y estos atentados parecen una clara advertencia en ese sentido. Volvogrado, antes Stalingrado, es una ciudad emblemática para Rusia, puesto que la derrota del ejército alemán en la batalla homónima, que se produjo gracias a la heroica resistencia y al enorme sacrificio de la población civil y de los soldados del ejército rojo, significó el punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial y el principio del fin del Reich nazi.
Volgogrado está relativamente cerca de Sochi, a poco más de 700 kilómetros, pero más cerca está Piatigorsk, a algo más de 200 kilómetros, donde ya hubo un atentado el pasado 27 de diciembre, que ha pasado muy desapercibido para la prensa occidental. De hecho, Piatigorsk, de la región (krai) de Stavropol, así como la propia capital regional ya padecieron sendos atentados terroristas en el verano de 2010.
Las medidas de seguridad en Sochi son extremas y, teniendo en cuenta la importancia que Putin otorga a estos juegos olímpicos de invierno, que piensa utilizar como escaparate del recuperado poder ruso, del retorno de Rusia al estatus de potencia mundial, no hay duda de que se celebrarán sin contratiempos significativos “in situ”, aunque no son descartables incidentes o atentados en otras zonas de la Federación Rusa.
Un asunto distinto es el devenir futuro del problema caucasiano. La relación de Rusia con los pueblos del Cáucaso ha sido siempre problemática. El imperio ruso tardó casi dos siglos en conseguir un dominio total sobre la región, a un precio elevadísimo en vidas humanas y recursos dilapidados en innumerables guerras y con la consecuencia de una desconfianza mutua, cuando no un odio declarado, entre muchos de los pueblos montañeses, especialmente los de religión musulmana, y los rusos.
El nombre de la propia capital de Chechenia, Grozni, significa en ruso terrible, amenazante, y deriva de la fortaleza establecida a principios del siglo XIX por el ejército ruso para asegurar la conquista del territorio, que se llamó fortaleza groznaya. El objetivo era aterrorizar a la población empezando por el propio nombre de la plaza fuerte. Podemos imaginar los métodos que empleó el ejército imperial ruso para conseguir sus objetivos. No muy distintos de la brutal ofensiva del actual ejército ruso en la segunda guerra de Chechenia ordenada por Putin nada más llegar al poder en el año 2000.
Quizás Putin hubiera preferido utilizar los mismos métodos que Stalin, que deportó a Siberia a la totalidad de la población chechena, ingusheta y de otros pueblos del Cáucaso, bajo la acusación de haber colaborado con los alemanes.
No pudieron volver hasta la época de Nikita Jrushchov. En cualquier caso, la devastación que causó en Chechenia ha dinamitado cualquier posibilidad de solución pacífica. Los chechenos moderados y laicos han sido laminados, literalmente, y sustituidos, de una parte, por corruptos títeres a las órdenes de Moscú y, de otra parte, por terroristas integristas islamistas, cuyo objetivo es la creación de un “Emirato del Cáucaso”, un estado islámico radical formado por las actuales repúblicas caucasianas de la Federación Rusa.
Quizás la idea más inquietante sea la nada inverosímil posibilidad de que Putin se encuentre cómodo en este escenario, ya que tener un enemigo terrorista, cruel y sanguinario, le permite reforzar su imagen de líder implacable contra los enemigos de Rusia, promover el sentimiento nacionalista ruso y desviar la atención de sus políticas de represión de la oposición y la disidencia. Y mientras tanto, la población civil de los pueblos caucasianos seguirá sometida a la violencia de las dos partes: del ejército y las fuerzas especiales rusas y de sus propios terroristas integristas.