Tengo tres michelines

Con mi mayor respeto para los que tengan michelines y sin ganas de comerme a nadie, hoy comparezco en la cocina, para probar y degustar y para decir que no es necesario tener estrellas para ir al cielo de la restauración.

Un servidor, que es un poco cocinilla y les gusta comer bien, -tengo tres michelines- probar y rebuscar en cocina propia y ajena creo que puedo opinar del menú. He de reconocer que, de vez en cuando, encuentro platos de toda la vida, que algunos mejoran o reinventan, añadiendo un toque original y creativo. Para estos cocineros no ha sido necesario utilizar brebajes y pócimas raros ni han intentado alterar ni disfrazar con otros nombres, lo que ya está inventado de toda la vida.

A raíz de la entrega de los últimos premios de la Guía Michelín, me he animado a entrar en la cocina de este mundo mundial, donde si no sabes de cocina, si no actúas en un reality de cocina, o no conoces a los Chicote y sus excentricidades, o no has ido a uno de estos restaurantes en los que actúan los gurús y chamanes de turno, no eres nadie y, por supuesto, si no consigues que con el tiempo y una caña, te adjudiquen una estrella o dos, puedes ir cerrando el comedor o la sala como se dice ahora. El de los últimos Michelines, manifestó que tras la concesión , reservaron dos mil personas en menos de 12 horas. Digo yo, ¿Y esto, cómo se come? Aixó es un Bullit. Pues eso es lo que hay, no faltan “snobs” de todo el mundo, con pasta por supuesto, y sobre todo, que pueden reservar pagar y después fardar, de haber ido, de haber estado y de haber probado e ingerido, el néctar de los dioses en tal o cual templo de la restauración condecorada. Al llegar a casa, hambrientos, casi famélicos diría yo, porque ni han comido ni han cenado, han ido a festejar, a formar parte de un show, acompañados de una vieira viuda que nadaba medio viva en una salsita de lágrimas de una ninfa enamorada, así que el molusco no les ha saciado. Lógicamente, al llegar a casa, se dan el atracón, si es necesario se ponen a cocinar dos huevos fritos con chorizo o se torran dos butifarrons, pan, queso, vino que una cosa es la comedia y la otra alimentarse.

Pues les decía, que los que hemos sido bien alimentados por las abuelas, las mamas la esposa y otros sabios de la cocina, podemos hablar de lo que se cocina hoy en día y de la comedia que le meten muchos al guiso a la confección del menú y de la carta. Ya está bien de chicotes de concursos y más sartenadas. Aquí el único que se salva por derecho propio es Karlos Arguiñano, los demás copian al maestro y así les sale el cocido. Hay honrosas excepciones, innovadores que destacan porque saben combinar e incorporar con imaginación los productos de siempre. Así consiguen auténticas filigranas y obtienen el justo reconocimiento. Sin salir de casa. Citemos simplemente a dos chef: Oscar Martínez y Tomeu Caldentey. Como botón de muestra, sus programas en ib-3, donde demuestran que son excelentes cocineros. Con medallas o sin ellas, con estrellas o con soles, pero como otros muchos de sus compañeros -saben crecer sin necesidad de extravagancias, ni tener que hacer cosas raras-. En definitiva que hay chefs de verdad y los hay que se  ponen plumas, son de mentira, sucedáneos que logran embaucar a un séquito de adoratrices que les veneran y les pagan sus hechizos. Los habréis visto en alguna ocasión concelebrando a la hora de poner un huevo frito: tres que miran, dos que aguantan el huevo y otro que lo fríe con aceite destilado de meticelulosa, hay un séptimo oficiante, que con gran solemnidad, actúa como de maestro de ceremonias, y se encarga de ir explicando la “obra” que se está gestando. Venga, basta ya de payasadas que yo no trago. Me importa un pito que las ruedas sean de carro de Pirelli o de Michelin yo no trago la fórmula. Ya sabemos que cuentan con el aplauso de los críticos, de ciertos estómagos agradecidos y de los infalibles sumo sacerdotes del sistema, que no dudan en mandar a las calderas a todo el que no diga con ellos: “sí, que bueno está”. Pues no. Lo que quiero es comer coño -con perdón- y que no me toquen más la mesa, ni la vinagreras ni la sal ni la pimienta y por supuesto, el aceite, que ahora nos lo quieren poner en la mesa con envase de usar y tirar. Basta ya de porquerías con sifones y demás artilugios que han entrado en la cocina como pócimas de la bruja pirula, del cocinero bacterio o del chef del doctor Frankenstein. Los inventos con gaseosa, ya que en la cocina no todo vale y que si bien se nos dice que sobre gustos no hay nada escrito, también sabemos, que con las cosas de comer no se juega .Ojo con los michelines y que aproveche.

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