La suerte de ser español se mide a veces por circunstancias que, sin pretenderlo, ponen en evidencia que un País puede ser una gran potencia a nivel mundial pasando habitualmente, desapercibido. Mientras Australia envía a una isla paradisíaca a los enfermos de coronavirus, para protegerlos a ellos y al resto de la población; y mientras en China no hay quien entre o salga del aeropuerto sin pasar un control médico mínimo; Francia, Alemania y EEUU declaran el estado de máxima emergencia siguiendo las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, aquí en España el Presidente del Gobierno y el Ministro de Sanidad lanzan día tras día un mensaje de calma y tranquilidad: “los sistemas de detección y alerta están dando su resultado, tenemos un sistema sanitario fuerte y preparado”. Es una suerte vivir en un País así, si yo fuera francesa, alemana, china o estadounidense por ejemplo, tendría motivos para estar preocupada, como el resto de la población mundial. Pero siendo española, con este sistema preparado y fuerte que tenemos (que se lo pregunten a los profesionales de la sanidad pública y privada), respiro aliviada, porque el suministro de mascarillas se ha incrementado y ahora como mínimo tenemos dos (por decir algo) por cada profesional al frente de tamaña responsabilidad. Los políticos capaces de inspirar esta paz y tranquilidad deberían cobrar un poco más.
Tenemos suerte los españoles por otros motivos sin duda, mientras en otros países las compañías aéreas desinfectan sus aviones a saco, en España las personas recién llegadas de China ya reciben la visita de sus familiares, eso sí, identificándose con su DNI en la entrada del hospital y dejando en vestíbulo todo lo que lleven encima, ya se sabe que la enfermedad respeta a los que se identifican o no portan móviles encima. Basta con una lectura rápida de las medidas adoptadas en diferentes Países y comparar, con una lectura rápida también, con las reacciones de los responsables en España, para darnos cuenta de la suerte que tenemos.
Lo mismo ocurre con el Brexit, estoy convencida de que en mi próximo viaje a Londres a partir de 2021, me veré varada durante horas en la cola más larga, del mismo modo que estoy convencida que en Mallorca celebraremos con fuegos artificiales (porque ahora lo celebramos todo de esta estruendosa manera), la llegada de los primeros turistas que vengan a emborracharse y a transitar de balcón en balcón desde cualquier hotel de Magalluf o sus alrededores. Porque en este País tenemos la suerte de ser tan generosos que preferimos esperar a que nos impongan las reglas de juego desde fuera; preferimos corregir el borrador a redactarlo nosotros de principio a fin, a pesar de Gibraltar.
Una suerte ser español porque el FMI nos da buena nota (se la da al Gobierno en realidad) y aplaude la subida del salario mínimo. Aprobar con nota debería depender de si se ha copiado durante el examen o no, de si uno ha utilizado “chuletas” o ha mirado de reojo el examen del compañero de pupitre. El aprobado del Gobierno nace de pactos que huelen a chamusquina y sino que le pregunten a algún líder catalán vendido como coliflor en el mercadillo de los sábados.