Sucedió en Vilafranca de Bonany. Como cada año, en la tarde del Domingo de Ramos un grupo de feligreses y la Cofradía de Santa Bárbara se congregaron en la parroquia homónima para celebrar el tradicional Vía Crucis. Los penitentes estaban preparados para andar en procesión y los niños de catequesis para leer las Estaciones cuando se dieron cuenta que en la Iglesia no había comparecido ni el rector, ni el “escolà”, ni cualquier otro miembro del Consejo Parroquial que pudiera y supiera organizar litúrgicamente la celebración.
Ante tal desplante, que sentó muy mal a casi todos los asistentes al acto, se decidió echar para adelante el Via Crucis a pesar de no tener ni las introducciones ni las lecturas que se realizan por parte del representante oficial de la Iglesia al término de cada Estación. Una cofrade subió al púlpito eclesiástico, y, pidiendo disculpas a los asistentes por aquella desagradable situación, dio inicio al acto como buenamente supo.
Gracias a la voluntad y buena fe de los asistentes, de la Cofradía, y de los niños que este año tomarán la primera comunión, el acto se celebró sin saber demasiado si aquello era correcto de acuerdo con el orden litúrgico. Después de la despedida, todos los comentarios de los asistentes iban en el mismo sentido de indignación de lo que se interpretó como una desconsideración por parte de la curia eclesiástica local hacia el pueblo.
