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Sin filtros

Acabo de cumplir años. Me encuentro bien, notando que algunas cosas mejoran en mi cabeza con la edad, y otras empeoran en mi físico también con la edad. O sea, lo normal, sin experimentar cambios bruscos que a uno le provoquen euforia o preocupación excesiva. El aprendizaje precisa tiempo, y el tiempo envejece. Es un principio inexorable que conviene asumir cuanto antes, pero es cierto que hay una edad en que el tiempo comienza a valer más.

Esta semana conversaba con unos buenos amigos que pasan por un momento difícil por culpa de la separación de su hija, que afronta un divorcio con un niño por medio de muy corta edad. Percibía su angustia por el futuro del pequeño por culpa de un padre ausente. Me contaban su enfado por detalles lamentables pero en el fondo intrascendentes para la formación del carácter de un ser humano con toda la vida por delante. Yo les escuchaba con atención, dándome cuenta que reaccionaban ante algunos hechos igual que yo cuando me separé hace veinte años. El chupete, un yogur o los mocos por unas décimas de fiebre podían desencadenar cualquier noche algo parecido a la crisis de los misiles. El teléfono rojo echaba humo.

Entonces recordé la enorme pérdida de energía mental que puede acarrear un conflicto cuando se prolonga demasiado tiempo, sobre todo si es evitable. Hoy sé que hay personas a las que les sucede exactamente lo contrario. Se alimentan del conflicto, y en cada colisión que provocan no solo no se les abolla el chasis moral, sino que obtienen combustible para arremeter en el siguiente choque. Ante esa manera de conducirse por la vida es una estupidez tratar de embestir más fuerte o reforzar los paragolpes. La única decisión inteligente es esquivar al kamikaze. Es sorprendente lo fácil que resulta analizar los problemas de los treinta pasados los cincuenta.

Cada vez me cuesta más bajar dos kilos de peso para correr un maratón en mis mejores condiciones, pero he aprendido a salir del radio de acción de personas tóxicas a velocidades explosivas. Me cuenta un amigo sabio que a esta etapa de la vida le llaman madurez, y que hay que disfrutar de ella. Fluir sin sobresaltos, navegar a ritmo lento por la vida como lo hacen las falucas por las aguas oleosas del Nilo, y en este plan. Yo le digo que estoy en ello, y que cada vez me gusta más no hacer cosas, en lugar de hacerlas. Ocio proviene del latín otium, que significa reposo. Pues bien, millones de personas que viven en países desarrollados tienen más programado su tiempo de ocio que el de su jornada laboral. Quizá esta sea una de las paradojas más idiotas de nuestro tiempo.

Hay días que me da por pensar que el pájaro de la sabiduría vital se ha posado sobre mi cabeza, y que ya no me abandonará hasta el final de mis días. Pero nunca hay que bajar a la guardia ante el riesgo de padecer la peor estupidez, la propia. Debemos permanecer siempre alerta porque pájaros más sabios que el nuestro se han cagado en coronillas ajenas, y después han volado. Se elogia a menudo la franqueza de las personas mayores que están de vuelta de todo, que no tienen nada que perder o ganar, y que por tanto se expresan sin tapujos, a calzón quitado. Pero a veces es señal de que el pájaro ya ha depositado su excremento.

Como ejemplo de pérdida completa del sentido de la realidad me viene a la cabeza el famoso “¿quién coño es la UDEF?” de Jordi Pujol, tras décadas expandiendo el patrimonio familiar tacita a tacita, tres por ciento a tres por ciento. Aquella fue la expresión espontánea de un anciano a preguntas de un periodista en plena calle, pero el ex-árbitro Enríquez Negreira se permitió amenazar por burofax al FC Barcelona cuando éste decidió jubilarlo pasados los 70. Sin entrar a analizar el grado de legalidad de esa relación profesional, el tono mafioso de la misiva demuestra la necesidad de no perder jamás los filtros, a ninguna edad.

He evitado mencionar el sentido del ridículo, porque es algo subjetivo y el umbral de lo grotesco a menudo admite interpretaciones. Pero siempre es de agradecer una mirada ajena y amiga que nos advierta del peligro cuando iniciamos el descenso por la pendiente de lo estrafalario. Ramón Tamames, que no es ningún corrupto pero tiene 89 años y un ego más grande que sus conocimientos en economía, aún está a tiempo de evitar el esperpento de encabezar una moción de censura de VOX.

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