Estamos estos días celebrando la décima victoria de Rafael Nadal en Roland Garros. No importa describir el deporte pues probablemente es el deportista español más laureado de la historia y, en consecuencia, de este pequeño país también y todo el mundo sabe a qué me refiero
Desde entonces se utiliza a Rafael Nadal como símbolo de españolidad o de mallorquinidad, o de ambas o de ninguna. Yo, como todos me alegro por él y por las personas que se alegran, me encanta la felicidad de la gente. Panem et circenses lo llamaban los clásicos.
Parece que ha sido fácil a la vista de cómo se desarrolló el partido del domingo pero estoy convencido que no ha sido así; Rafael Nadal viene de años de lesiones importantes que le mermaban su capacidad de competir y eso se traduce en sufrimiento psicológico al que hay que sobreponerse además de disfrutar de salud.
Para mí lo que le hace diferente son unos valores de los que no se hablan estos días y que me temo que empezamos a desconocer en nuestra sociedad; su éxito se basa en saber jugar a tenis obviamente pero especialmente en el trabajo bien hecho, en el afán de superación, en el esfuerzo hasta la extenuación y en el querer ganar (ahora lo llaman hambre!), un deportista, además de la cursilada del participar tiene que querer ganar.
Si nuestra sociedad aplicase los valores de su ídolo probablemente nos iría mejor como país porque su victoria no es fruto de la casualidad sino de unos valores muy interiorizados y, de entre ellos especialmente querer ganar.
Si en la vida no quieres ganar vas a perder seguro y aún a veces queriendo ganar se pierde. Pero como dijo el inolvidable Bogart interpretando a Rick el dueño del bar de Casablanca en el que no se jugaba, siempre nos quedará París. Que pasen un buen día.
