Restan dieciocho jornadas para que finalice el campeonato y el Mallorca necesita como mínimo los mismos puntos que ha sumado en las veinticuatro primeras. Un dato inquietante pero que los de Olaizola deberían ser capaces de minimizar porque diez de esos partidos se van a jugar en casa, en Son Moix y solamente ocho fuera, donde los números rojillos son bastante peores. Con seis victorias y seis empates la permanencia estaría no asegurada, pero si muy cerca y aunque comparte la corona de las tablas junto con el Tenerife, el Getafe y el Nástic, le creo capaz de ganar cuatro de las citas en Palma y al menos otras dos en sus desplazamientos.
No es menos cierto que en general, en las segundas vueltas cuesta más puntuar. Visitas a equipos desesperados que se juegan la vida y recibes a otros en circunstancias parecidas, pero el Mallorca también es uno de los que, con el agua al cuello, sacará fuerzas de flaqueza. Eso si, como hándicap cuenta con algunos jugadores poco acostumbrados a vivir en el furgón de cola y a otros les puede pesar su inexperiencia.
Tampoco creo que Maheta Molango sea el mejor gestor para atravesar la tormenta que ya ha empezado a descargar. La imagen del presidente, reaparecido en Son Bibiloni, atento a las explicaciones de Iván Campo a Raillo o la reprimenda de Olaizola a Yuste, refleja cómo desde dentro se señala a quienes se consideran culpables del remojón de Oviedo. No son funciones ni del relaciones públicas encargado de presidir el consejo de administración y mucho menos del embajador. A Luis Aragonés ninguno de ellos le hubiera durado veinte segundos al borde del campo de entrenamiento. Y los jugadores pueden ser buenos, malos o regularcillos, pero no tienen un pelo de tontos y cruzar la línea del vestuario sin permiso ni pasaporte, se considera una intromisión tanto más grave si quien la debiera impedir la tolera.