Desde una perspectiva estrictamente sociológica, hay que reconocer que las tradiciones vinculadas a determinadas festividades, como por ejemplo la reciente de Santa Úrsula, no contribuyen, precisamente, a favorecer la necesaria y plena igualdad entre hombres y mujeres.
En el caso que hoy nos ocupa, no cabe duda de que un grupo de chicos jóvenes cantando serenatas —por decir algo— ante la casa de alguna amiga no es el ideal de rito romántico que uno más defendería en este 2024, y no sólo por lo mucho que suelen desentonar algunos de esos improvisados cantores líricos.
Dicho esto, también es verdad que hay algunas cosas que sí se pueden reivindicar de esta antigua tradición, como los claveles, los buñuelos de forat de patata y el moscatel.
Precisamente, una de las imágenes más habituales de cada mes de octubre en Palma sigue siendo aún la de la preparación artesanal, en distintas paradas, de los riquísimos buñuelos de viento, a pesar de que en estos últimos años la especie invasora de los profiteroles ha ido ganando terreno de manera progresiva y constante.
De momento, los viejos buñuelos aún resisten heroicamente. Las serenatas, en cambio, ya no son hoy lo que eran antes, y no sólo porque los boleros de toda la vida han ido dejando paso poco a poco a los grandes éxitos del reguetón.
Aun así, me encantaría que algún 20 de octubre alguna improvisada cantora lírica tocase la bandurria o la pandereta ante la puerta de mi casa.