El Real Betis Balompié, desafortunada y merecidamente, ya descansa en la Segunda División de fútbol. El equipo verdiblanco ha ejecutado un ejercicio lamentable y -queriéndolo y bebiéndolo- abandona la división de honor, una vez más, para abrazar el grupo en el cual también milita el Real Mallorca.
Antes de jugar (¿jugar?) el partido del pasado sábado contra la Real Sociedad, ya “se” habían descendido, desquiciados ellos. En las gradas destacaba una pintoresca pancarta que, sabiamente, rezaba: “Se buscan jugadores dignos merecedores de este escudo”; y, junto a la frase lucía el emblema del simpático club sevillano.
El Mallorca, a día de hoy, se ubica en el puesto número catorce de la clasificación de eso que llaman “Liga Adelante”; a solo cuatro puntitos del colista Girona.
Las dos aficiones, Betis y Mallorca, reclaman justicia y piden ceses o dimisiones a sus directivos. Correcto. Algo más inhabitual, de todos modos, es que el personal clame contra el conjunto de sus jugadores y exija – tal como la citada pancarta- que el club les despida drásticamente y se inicie una búsqueda de futbolistas sanos, es decir, deportistas que amen a su club y le dediquen sus máximos esfuerzos. ¡Ya está bien la dantesca situación que se produce viendo deambular por la hierba a unos individuos que se dedican más a pacer que a colocar pelotas dentro de la portería!
En cualquier caso, que ganen o pierdan encuentros no es lo fundamental, siguiendo la onda al Barón de Coubertin: lo básico es que el público perciba que los jugadores que defienden sus colores preferidos salgan a “darlo todo”, suden, se fatiguen, corran, luchen; y si además poseen un plus de brillantez (mental y física), pues gloria.
Dimisiones, sí. Pero de todos.