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Sardina a la carbonilla

lunes 07 de julio de 2014, 18:32h

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De tanto arrimarle el ascua, el Partido Popular acabará convirtiendo la sardina en poco más que un triste montón de carbonilla con olor a fritanga requemada.

De golpe y porrazo, y tras años de bailar la yenka con las famosas e indeterminadas “medidas para la regeneración democrática”, el Gobierno de Don Mariano se saca de la manga su medida estrella, su fichaje galáctico, la madre de todas las medidas de regeneración democrática. Y esa fabulosa medida no es otra que (redoble de tambores) promover que sea el cabeza de la lista más votada del municipio el que deba ser su Alcalde.

Para este viaje no hacían falta estas alforjas. Es más. Para este viaje no hacía falta siquiera salir de casa.

Es altamente significativo y dice mucho del compromiso del Gobierno con la regeneración democrática el hecho de que la única medida concreta que ha sido capaz de plantear en tres años sea descaradamente favorable a sus intereses por un lado, y por el otro una auténtica aberración jurídica (salvo que Gallardón nos ilumine desde su púlpito, como acostumbra).

Dado que la derecha se presenta esencialmente unida alrededor del Partido Popular y que la izquierda está más atomizada y el PSOE pierde cada día más peso, el Partido Popular ve el cielo abierto y propugna que sea la lista más votada la que deba presidir el gobierno local en cada municipio. Dicha medida le asegura o, al menos, le facilita no perder centenares o miles de alcaldías dentro de un año, incluyendo algunas de las más importantes del Estado.

A ese regate en corto, a ese trile electoral, van y le llaman “regeneración democrática”. Ahí es nada. Si Costa levantara la cabeza…

Pongamos un simple ejemplo. Palma tiene 29 concejales. Vaya por delante que usted, cuando vota, no vota a su alcalde. Le dicen que sí, pero es que no. Usted vota una lista cerrada con candidatos a ser concejal de su municipio.

Una vez elegidos esos 29 concejales, de entre ellos eligen a uno para presidir el Ayuntamiento y ser, por tanto, Alcalde. Es una elección en segundo grado. Los ciudadanos eligen a los concejales y los concejales, de entre ellos, al Alcalde.

Por tanto, sale elegido Alcalde el concejal que obtiene más apoyo de entre los concejales electos. Es el mismo sistema que un Presidente de Gobierno. Usted no vota al Presidente del Gobierno. Usted vota listas de diputados los cuales, de entre ellos, eligen a uno para ser el Presidente. Por esa razón el Alcalde siempre es Concejal, y el Presidente del Gobierno siempre es diputado.

Si sobre 29 concejales el Partido Popular, pongamos, obtiene 13 concejales, el resto de concejales (16) podrían votar a otro concejal que no sea del PP y, al tener mayoría de votos, su candidato ganaría y sería Alcalde.

Esto ha funcionado así durante décadas, sin, en mi modesta opinión, excesivos problemas institucionales, y se han aprovechado de esos pactos todos los partidos políticos.

Ahora el PP propone que, si sobre 29 concejales un partido obtiene 13, otro 10 y otro 6, el partido que tiene 13 concejales, sí o sí, tiene que gobernar el municipio.

Esta aberración jurídica presupone, de entrada, limitar la libertad de voto de los concejales electos porque, si tiene que ser Alcalde el que obtuvo 13 concejales ¿qué importa la opinión de los 16 que no le votarán? Por una vez, 13 serán más que 16. Milagros aritméticos. Debe ser cosa de Montoro, que baja impuestos subiéndolos e incremente la riqueza del Estado arruinando a sus ciudadanos.

Asumiendo, por más que el Gobierno del Partido Popular se lo crea, que 13 no son más que 16 ¿cómo pretende que se gestione un Ayuntamiento si el Alcalde es, por mandato legal, el candidato de la lista más votada pero no dispone de la mayoría de la corporación? ¿Acaso no se votarán los Presupuestos, que exigen mayoría absoluta para ser aprobados? ¿Acaso se votarán las propuestas y acuerdos pero los concejales de la oposición estarán obligados a votar lo que diga el Alcalde? ¿Acaso desaparecerán las mociones de censura?

La regeneración democrática es esencial. Y es tan esencial que no puede dejarse en manos de personas que tras cada reto de la sociedad únicamente ven una oportunidad de sacar provecho y rédito político.

Alterar el sistema de funcionamiento plural y democrático plenamente enraizado en las Corporaciones Locales por un sistema absurdo, contrario a los pactos y acuerdos y que degrada el pluralismo político es propio de doctrinas que desprecian la participación en los asuntos públicos, al amparo de una falaz y fraudulenta eficiencia que no hace sino envilecer nuestra sociedad e insultar nuestra inteligencia.

Tratar de vendernos una reforma política que no es más que frío y desvergonzado cálculo electoral como si fuera regeneración democrática es creer que los ciudadanos somos, así en general y en conjunto, idiotas.

Y no lo somos. Y tenemos memoria. Y resulta que el último caradura que modificó las normas electorales para ganar unas elecciones fue, ni más ni menos, que el amigo Berlusconi, un gran demócrata convencido de la regeneración.

Ese caradura acabó perdiendo las elecciones gracias, en buena parte, a la propia reforma que promovió. Arrimó tanto el ascua a su sardina que no solo quemó el pescado, sino que él mismo quedó carbonizado.

Sin embargo, parece que algunos no escarmientan. Preparen los extintores.
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