En materia de pacto educativo, Balears ha sido un oasis, una excepción a la regla general de la política bronca y la división social a la que tan aficionados somos los españoles. Sin duda, el hecho de que fuera la propia sociedad civil la que asumiera la iniciativa de promover un pacto y de que, contra pronóstico, se alcanzase un documento consensuado entre sectores que más que antagónicos lo que habían sido históricamente era, simplemente, perfectos desconocidos, fue un hito en la historia de nuestro país.
Que el Govern de Armengol asumiera como propio el documento de Illes per un Pacte Educatiu, que lo remitiera al Consell Escolar de la CAIB y que, tras su paso y aprobación por ese órgano consultivo, se esté debatiendo ahora en sede parlamentaria es un gigantesco cambio de tendencia hacia el diálogo y el consenso, que se observa con envidia –no exenta de suspicacia- desde toda España.
La política la hacen las personas y, por tanto, no es ajeno a todo esto la identidad de los responsables. Para que me entiendan, que el conseller de educación fuera Martí March y que su segundo de a bordo sea Antoni Morante, persona involucrada en la génesis del pacto desde el asociacionismo de directores de centros públicos, explica también por qué se ha podido llegar hasta aquí. Que todos los negociadores pusieran por encima de cualquier circunstancia adversa el superior interés de nuestros jóvenes fue también esencial.
Pero el diálogo tiene muchos enemigos y, pese a que parezca increíble, hay estamentos –no solo partidos políticos- empeñados en que no se alcance jamás un acuerdo en el que, por ejemplo, se evidencie la complementariedad de la enseñanza pública y la enseñanza privada concertada, o en el que se ponga de manifiesto que los docentes de toda condición tienen unas ideas mucho menos dogmáticas sobre la enseñanza en otra u otra lengua, o en el que la evaluación continua de resultados o la profesionalización de los equipos directivos sean pilares del cambio.
Que Podemos y sus correas de transmisión se desmarquen, tanto del pacto estatal como del autonómico, era lo esperable. Uno no puede andar todo el día despreciando al que no piensa como tú y luego sentarse a negociar con él.
Que sindicatos soberanistas como el STEI hayan hecho todo lo posible para que el pacto no viera la luz pretextando sus inamovibles dogmas lingüísticos e ideológicos es lamentable por el daño que hace a la causa, pero también, hasta cierto punto, previsible.
Que organizaciones de la extrema derecha traten de denigrar el pacto y lo que pueda suponer para nuestra sociedad, aduciendo que la escuela concertada se ha entregado en brazos de los socialistas tampoco es extraño, al fin y al cabo los extremos se tocan.
Lo que ya no es tan normal es que, en el ámbito estatal, Pedro Sánchez, líder de un partido necesitado de buenas noticias, haya buscado la peor de las excusas para levantarse de la mesa de negociación, para, de rebote, dejar con el culo al aire a su compañero de filas Martí March.
Las dinámicas del bipartidismo son diabólicas. El PSOE jamás querrá firmar un pacto educativo mientras gobierne el PP, con independencia absoluta de su contenido y es muy posible que viceversa. Lo de destinar el 5% del PIB a la educación queda muy bien como justificación, pero la realidad material es que Sánchez y los socialistas piensan que es hora de devolver la moneda a los populares, a quienes culpan del fracaso del casi-acuerdo alcanzado durante el mandato de su ministro, Ángel Gabilondo. La verdad es que, más allá de la errática postura del PP, representado en aquel entonces por Cospedal, que acabó sucumbiendo a las posturas más conservadoras y minoritarias de la derecha más rancia, el pacto fracasó entonces también por el boicot que CCOO y sectores de la extrema izquierda hicieron a cualquier reconocimiento de la enseñanza concertada que incluyese el pacto. La pinza de las minorías extremistas ahogó el clamor de la mayoría.
Ahora, la postura de Pedro Sánchez –absurda e incoherente, porque tampoco el PSOE puede aquí prometer al sector educativo el 5% del PIB balear- constituye una auténtica traición a la supuesta cultura de pacto de los socialistas y una zancadilla en toda regla a March y a su equipo.
Lo tristemente previsible, y espero equivocarme mucho, es que el Partido Popular de Balears busque una excusa tonta, como la de Sánchez, para dejar de negociar en el Parlament de les Illes Balears, frustrando así la consecución de un acuerdo que la sociedad –mucho más madura que todos los políticos- sí supo alcanzar.
En este país, por desgracia, se sigue haciendo una política prosaica y cortoplacista, mirando solo hacia los próximos comicios y buscando únicamente asegurar la propia silla. Mientras, las nuevas generaciones de jóvenes seguirán esperando que los adultos dejemos de comportarnos como niños.