Si una cosa ha repugnado a los ciudadanos españoles de bien en las últimas décadas eran las posiciones equidistantes que determinadas formaciones políticas mantenían a propósito de los crímenes de ETA y las actuaciones policiales que implicaban el uso de la fuerza pero que, obviamente, venían amparadas y garantizadas por los instrumentos del Estado de derecho.
Esa equidistancia era, pues, perversa y solo podía responder a dos causas: o bien a una disimulada alineación con la ideología o fines de los criminales, o bien a la más pura cobardía política.
En Venezuela -una aparente democracia que encubre una dictadura bananera de corte comunista-, las únicas diferencias que existen con la situación que vivió España en la época de auge del terrorismo etarra es que allí las víctimas no son españolas, sino opositores venezolanos a la satrapía de Maduro y que el criminal es quien ocupa el Palacio de Miraflores y no un grupo terrorista clandestino.
Una vez más, el gobierno español de turno ha perdido una oportunidad histórica de liderar una estrategia internacional, en este caso, para poner en marcha un proceso de transición hacia una verdadera democracia parlamentaria en Venezuela. Sánchez juega a una cobarde equidistancia cuyo mentor es nada menos que José Luis Rodríguez Zapatero, el peor presidente de la historia de nuestra democracia hasta la llegada del propio Sánchez.
Resulta bochornoso y vergonzante que España no haya sido clara desde el primer momento y juegue todavía al discurso de buscar un imposible acuerdo entre las partes. Hace demasiado tiempo que el chavismo tortura al pueblo venezolano como para que aún sea posible una salida negociada. Digámoslo claro: hay que deponer a Maduro, sea como sea, incluso por las armas, y propiciar un poder institucional transitorio que se comprometa, con todas las garantías, a iniciar un verdadero proceso democrático sin los habituales calificativos que los comunistas suelen unir al término ‘democracia’ –bolivariana, popular, asamblearia, etc.- que, como todo el mundo sabe, solo sirven para encubrir la existencia de crueles y sanguinarias dictaduras.
Basta ver qué países siguen dando apoyo a Maduro –casi todos ellos, dictaduras- para tener claro de qué lado se ha de estar. Que Cuba, Corea del Norte, Rusia, China, Irán, Siria o Turquía apoyen al dictador venezolano no es extraño, como tampoco lo es que lo haga el pintoresco gobierno de Evo Morales o el de la Nicaragua de Daniel Ortega. Más preocupante es que lo haga el gobierno izquierdista de México, aunque quizás las claves de este último apoyo estén en su complicada relación con su vecino del norte.
En cualquier caso, Sánchez debe decidir de una vez si está con las democracias occidentales, o si prefiere alinearse con las dictaduras de izquierdas y las teocracias islamistas. No hay otra.