A poco observador que se sea de uno mismo, advertirá, de inmediato, algunas cosas de interés para la propia vida. La primera, que se elige continuamente. Se elige la comida, la ropa, un curso de estudio, una carrera profesional, una relación de amistad o de pareja, una actitud ante la vida, un proyecto de vida. Tantas y tantas cosas. La segunda, que caerá en la cuenta, sobre todo si se trata de cuestiones de cierta trascendencia, que la elección concreta pudo ser realizada con mayor o menor atención y consciencia de lo que estaba en juego o, totalmente, a la ligera. La tercera, que puede hallar la explicación coherente del acierto o la torpeza subsiguientes a la decisión adoptada. Todo ello, como es obvio, no es, en ningún caso, indiferente para la vida.
Pues bien, en la vida cotidiana todos manejamos o nos vemos en situaciones que tienen que ver más directamente con el bienestar y la felicidad, con la madurez y el crecimiento humano, con la realización del proyecto de vida que se haya adoptado, con la vida religiosa. En estos casos, se hace más perentorio acertar en las decisiones que se abracen. Para ello, sin duda, hay que saber discernir. Esta sabiduría, en palabras de Francisco, “se presenta como un ejercicio de inteligencia, y también de habilidad y también de voluntad, para aprovechar el momento favorable: son condiciones para hacer una buena elección. Es necesario inteligencia, habilidad y también voluntad para hacer una buena elección. Y también hay un coste necesario para que el discernimiento sea operativo”. Me atrevería a definir el discernimiento con estas tres palabras: razón, sentimiento (también se hace con el corazón) y experiencia.
Interesa subrayar, dada su trascendencia, que el protagonismo es personal. Cada cual ha de tomar sus decisiones. Se trata de su vida. Nadie las ha de tomar por él. No valen excusas de ningún tipo. La responsabilidad es personal. No sirve de nada ‘culpabilizar’ a terceros. Por eso es importante aprender a tomar decisiones en la vida, esto es, saber discernir: saber valorar lo que está en juego y la relación que guarde el tenor de la decisión con el proyecto de vida fijado de antemano; apreciar cómo puede afectar o implicar a las personas con las que se convive; atender a los sentimientos y a los afectos que siempre andan de por medio; ser muy consciente de la dificultad del camino que se intenta recorrer; ser muy constantes en la búsqueda y “no dejar de buscar hasta que se encuentre” (Evangelio según Tomás, n. 2); estar siempre en actitud de escucha de la voz interior (‘corazón inquieto’, de San Agustín), fuente eficaz de nuestra energía al haber sido creados a imagen de Dios.
Como se habrá advertido, la clave, en mi opinión, radica en la práctica misma del discernimiento. Para aprender a discernir y decidir, como en todo, hay que practicar y ejercitarse. Después, a la vista del resultado, reflexionar sobre lo actuado e individualizar los motivos, las causas, del acierto o del fracaso. Sólo así se va aprendiendo para el día siguiente. Este ejercicio habitual de discernimiento reclama esfuerzo y continuidad. Esto es, voluntad decidida de conseguir lo que se busca, lo que se ha proyectado, lo que se quiere hacer con la propia vida. Es una especie de punto de referencia para asegurarse de no estar siguiendo la voluntad (el deseo, el capricho, el interés) personal.
Mi experiencia personal me ha enseñado y afianzado en la certeza que ya expresó Ortega y Gassset: “la vida nos es dada, pero no nos es dada hecha; la vida es quehacer”. Y, por tanto, trabajo y esfuerzo continuo. Francisco también ha hecho hincapié en el esfuerzo indispensable para realizarla pues “no encontramos ante nosotros, ya empaquetada, la vida que hemos de vivir: ¡No! Tenemos que decirlo todo el tiempo, según las realidades que se presenten. Dios nos invita a evaluar y elegir: nos ha creado libres y quiere que ejerzamos nuestra libertad. Por tanto, discernir es arduo”.
Cada cual, con sus decisiones en libertad, construye su propia vida. Hay que tenerlo muy presente y no olvidarlo nunca. El discernimiento previo a las decisiones se presenta agotador y tentador pues puede inclinarte al abandono. Resiste e insiste en la búsqueda. Sé constante en la entrega y en el amor. Está en tus manos el saber tomar decisiones de tal forma que llegues a encontrar a Dios en el hermano.
Gregorio Delgado del Rio