El ruido es un hecho común en la naturaleza. De hecho, todos los objetos emiten ondas electromagnéticas en una longitud de onda que puede ser del rango del sonido. Algunos fenómenos atmosféricos se acompañan de un aparato acústico atronador que desequilibra el instinto animal y le pone en alerta.
El terremoto político y social que se ha desatado con las elecciones europeas o coincidiendo con ellas es de alta intensidad. La tormenta que estamos viviendo es de una gran magnitud. Para muchos el principio de un verdadero cambio de era.
Pero en realidad la contaminación acústica es intensa y el ruido que se genera casi no nos deja oir. No es fácil descifrar todo lo que llega a nuestros oídos y mucho menos interpretarlo en su justa medida.
Están en entredicho el modelo de estado, de territorio, de relaciones, de jerarquías, de representación democrática, de autoridad y en revisión los códigos de conducta. La pregunta es si podemos sobrevivir a tanto ruido. ¿Podemos?. Parece ser, que tampoco ellos pueden.
La realidad muestra que de una tormenta se sale con nuevas dificultades y hasta la fecha nos estamos olvidando de aplicar las normas que hasta la fecha han funcionado.
El sentido común, el de la solidaridad, el del respeto, el de la generosidad y el de la ética social deberían acompañarnos en todo este camino reformista que indiscutiblemente hemos iniciado.
Sin embargo, el ruido que estamos generando disminuye nuestra capacidad para oir, reduce nuestra atención, baja nuestro rendimiento, aumenta nuestra agresividad y deforma la esencia del mensaje.
Recuperar el equilibrio cultural, social y económico sera más difícil cuanto mas tardemos en interpretarlo.