Repensar la Unión Europea

Uno de los principales argumentos de los partidarios del “brexit” y de los críticos de la Unión Europea es el del famoso ”déficit democrático”, esto es, que las decisiones en la UE se toman por parte de unos cargos y unos burócratas que no han sido elegidos en comicios democráticos. Esto es cierto en parte, pero también lo es que ninguna decisión importante en la UE se toma sin el acuerdo por unanimidad de todos los estados miembros y los gobiernos de los mismos sí han sido elegidos democráticamente, el déficit, por tanto, es mucho menor de lo que aducen los eurocríticos.

Otra cosa es que esos mismos gobiernos de los estados, en un ejercicio de perfecto cinismo, han venido derivando hacia la UE todos aquellos aspectos impopulares de las decisiones que ellos mismos han avalado, de modo que ha ido calando entre los ciudadanos la idea de que las consecuencias negativas de las políticas implementadas por sus gobiernos se deben a imposiciones de la superestructura tecnoburocrática de Bruselas y una buena parte de la legítima irritación con sus gobiernos se transfiere a la UE y se convierte en euroescepticismo o en eurofobia.

La Unión Europea debe, indiscutiblemente, repensarse y modificar determinados aspectos de su arquitectura institucional y de su funcionamiento, sobre todo en lo referente a transparencia e información al ciudadano pero también los gobiernos estatales deben empezar a comportarse con lealtad hacia la Unión y reconocer su plena corresponsabilidad en las políticas europeas.

También es imprescindible que las instituciones de la UE y los gobiernos de los estados miembros inicien programas educativos e informativos de vasto alcance, vasto en el espacio y en el tiempo, para prestigiar a la Unión explicando sus múltiples e indiscutibles bondades y ventajas, muy superiores a sus defectos, que son subsanables si existe voluntad política para ello.

La reacción de los dirigentes europeos al “brexit” no parece ir en la buena dirección. Las primeras declaraciones, sobre todo desde Francia, apuntan más hacia la amenaza de los males que supondría a un país miembro su salida, que a la elaboración de un discurso inclusivo que pueda reavivar la ilusión de la idea europea, muy decaída en estos momentos. Sin un relato europeo en el que se pueda identificar una mayoría de ciudadanos de la Unión, será difícil evitar su desmembramiento.

Es la tesis sostenida por personajes tan funestos como Nigel Farage, el paladín del “brexit” en el Reino Unido, o Marine Le Pen en Francia, Geert Wilders en Holanda y Norbert Hofer en Austria, entre otros, que aprovechan la crítica a los defectos de la UE para enmascarar su ideología profundamente racista, xenófoba y antidemocrática.

La Unión Europea no se podrá mantener solo por conveniencia transitoria y prevención ante la incertidumbre de su desaparición. Si no se consolida un auténtico sentimiento europeísta que conviva en armonía con la pertenencia nacional de los ciudadanos europeos, de modo que consideren como propias ambas identidades concéntricas, las fuerzas centrífugas de las dinámicas propias de los estados europeos en su configuración actual llevarán a la UE a la división y, en último término, a la desaparición.

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