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Religiones laicas

Tengo por muy curioso el hecho de celebrar fiestas, barnizadas a fondo, de una religiosidad a prueba de bomba y, a su vez, despojarlas de toda pintura que represente los valores religiosos; en nuestro caso, tierras del llamado Occidente, se trataría de valores cristianos.

Las cosas han llegado a este extremo y no seré yo (Dios no lo permita) quien intente remediar la situación, dado que, actualmente, este cambio radical ha llegado hasta lo que se viene en llamar “punto de no retorno”. Ya nadie sería mínimamente capaz de revertir los hechos. Y si se diera el caso de que alguien -osado, sí; muy osado- promoviera una singular campaña para devolver a su cauce la verdadera realidad universal, ese alguien moriría en el intento.

Los vientos de la Historia soplan con mucha fuerza. Y lo que se suele denominar como status quo queda, después de una ventisca al más puro estilo “eólico”, tal que los árboles torcidos eternamente, especialmente aquellos que soportan una vida al lado del océano y muestran al personal su joroba campesina; la joroba que produce las labores del huerto.

Y siguiendo con la universalidad de la Historia y su versatilidad, la primavera ha venido y nadie sabe como ha sido... Quiero decir que la propia masa humana no se acaba de apercibir de los cambios -frecuentes y profundos- y que mudan algunos aspectos fundamentales de la conducta general. Algunos de estos cambios se efectúan en un período relativamente breve; otros, en cambio, requieren de largos plazos para implementar la raíz de lo “nuevo”.

Concretando, la invención de la rueda o, si me apuran, de la electricidad, dieron un tumbo enorme, magistral, a la manera de vivir y de relacionarse. Evidentemente, los dos inventos puestos como ejemplos, facilitaron colosalmente, el bienestar social.

Ahora bien -y regresando a la cuestión inicial- la tremenda transformación de la sociedad en cuanto a aquello que se refiere a la religión (y a sus celebraciones rituales) ha propiciado un gran cambio en lo que refiere a usos y costumbres del ciudadano, ya sea urbano o rural. Hace algo más de un siglo, las fiestas religiosas eran vividas bajo un prisma auténticamente tradicional; de hecho, no se avanzaba hacia ninguna otra posición. Las cosas eran como eran y no había discusión posible ni perspectiva distinta a lo dictado por los ancestros.

El cambio estructural y globalizado de la sociedad actual ha ido convirtiendo (en un espacio temporal no demasiado lejano) aquello que representaba la esencia de la religión (ubicada -para mejor entendimiento popular- en ritos y tradiciones asentadas) en una mera excusa para el “divertimento” social, es decir, en ocio puro y duro. Al principio de estas letras, me refería a mi propia curiosidad por este hecho incontestable e ineluctable. Resulta que mientras la sociedad actual va “liberándose” de la cruz de la religión (funesta para muchos) adapta lo superficial de los actos religiosos (sin esta pátina, seguramente, no tendrían ningún sentido) y se quedan tan anchos. Navidad, Epifanía, Asunción, Semana Santa y Pascua, San Isidro o San Juan son , ahora, luces, gasto, regalos y turrones; Reyes Magos con regalos y tortas; esquí, coches, carreteras y “monas” de chocolate; corridas de toros y “chulapios”; o verbenas y fuegos. El común denominador, días de asueto y todos los “puentes” posibles.

No me parece mal todo esta parafernalia festiva: permite disfrutar del ocio, de la familia y del bienestar general. Lo único -si se me permite- es que no haría falta suplantar antiguas festividades con argumento propios, algunos profundos y respetuosos. Con sacarse de la manga una nueva religión laica se solucionaría la fachada.

Amén.

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