Al igual que ocurre cuando nos sorprende el cierre, cada vez más común, de algún negocio centenario de Palma, el fallecimiento de Isabel II vino a alterar un statu quo de nada menos que setenta años; toda una vida, en concreto la mía y un poco más.
Quizás esperábamos -no sé bien en virtud de qué regla de tres- que superase en longevidad a su madre, la sin igual Isabel Bowes-Lyon, esposa de Jorge VI, rey accidental por el amor del heredero por una norteamericana divorciada, que encarnaba la resistencia contra el nazismo de su pueblo. La reina madre vivió casi 102 años, según todos los indicios debido a las propiedades conservantes y antioxidantes del destilado de bayas de enebro combinado con el agua tónica y la quinina.
También el crápula consorte de la ahora finada -el inefable Duque de Edimburgo- llegó casi a centenario, de manera que las apuestas, a las que tan aficionados son los súbditos de su majestad, estaban en si la reina Isabel superaría a su marido o incluso a su madre. Fallamos todos, incluso yo.
La reina de británicos e irlandeses del Norte trascendía sobradamente su figura como soberana y cabeza oficiosa de las monarquías de todo el mundo, era el principal reclamo promocional de la Gran Bretaña y un elemento indisociable de la cultura popular británica desde los años sesenta.
Su imagen, además de figurar en monedas, billetes y sellos de correos adornó álbumes de diversos grupos musicales y encabezaba una corta lista de iconos compuesta de bobbies, beefeaters, granaderos, taxis, Big Ben, el Mini y las cabinas telefónicas, que copan posters y souvenirs de toda clase en cualesquiera rincones del planeta donde se halle la huella de Albión.
Naturalmente, el genuino 007, a quien productores y guionistas del siglo XXI pretenden convertir en un mamarracho políticamente correcto, carecería por completo de sentido sin la presencia tácita de Isabel II entre bastidores. La reina estaba en permanente contacto con M, como todo el mundo sabe. Y qué decir de los Beatles, Rolling Stones, Police, Queen, y esa larguísima lista de conjuntos británicos que forman parte intrínseca de nuestra cultura pop.
Excuso decir que no hace falta ser monárquico para haber sentido como propia a la reina Isabel. Aunque, bien mirado, no es de extrañar, porque era también Jefe del Estado de dos porciones de mi propio país: Gibraltar y Magaluf.