Les recomiendo una serie de documentales: Los pasillos del poder (no los confundan con la película del mismo nombre). Cuenta cómo respondieron los presidentes norteamericanos (desde el primer Bush a Obama, en las décadas que USA fue potencia hegemónica) a los casos de genocidio que brotaron en distintos países durante sus respectivos mandatos: el uso de gas contra los kurdos por Saddam Hussein, el exterminio de los tutsis en Ruanda, Srebrenica, Darfur… Es interesante porque lo relatan los propios asesores de los respectivos presidentes que tuvieron que afrontar las situaciones, gente brillante y (dentro de los límites de la política) bienintencionada. Y en todos los casos queda claro que tanto su conocimiento de la realidad, como la capacidad de actuación presidencial, eran bastante limitados. Sí, el presidente de la potencia indiscutida en aquellos momentos tenía un conocimiento limitado de lo que ocurriría si adoptaba cualquiera de las distintas opciones (también limitadas) a su alcance. En todo caso produce melancolía contemplar un mundo bastante cercano en el que la política internacional aún aspiraba a regirse, aunque fuera muy imperfectamente, por una cierta brújula moral. Un mundo que Trump volatilizó el día que recibió a Zelenski en la Casa Blanca y decidió alinearse con Putin en el conflicto.
Volviendo al documental, los errores también se producían por inacción, y el caso de Siria (la serie le dedica dos capítulos) es desolador. Barack Obama mantuvo una cautela tal que permitió simultáneamente que Assad masacrara tranquilamente a su población, que Putin se envalentonara, y que una marea de refugiados comenzara a desestabilizar Europa. Curiosamente (esta es una enseñanza antropológica colateral del documental) toda la circunspección de Obama ante las matanzas de sirios desapareció cuando ISIS (que campaba a sus anchas por una Siria devastada) decapitó en directo al periodista estadounidense James Foley: en ese momento un Obama enfurecido (nos cuentan sus asesores) se planteó usar armas nucleares contra Estado Islámico. En fin, que el mundo es un mecanismo complejo en el que el ajuste de una pieza desajusta otra. Y que el sapiens, incluso el sapiens que ocupa la Casa Blanca (dicho sea sin ánimo de ofender), no es omnisciente. A cambio padece una ilusión de control, un espejismo que lo lleva a pensar que las situaciones pueden ser controladas por aquél que está a los mandos.
Entonces ¿sabe Trump lo que está haciendo? Que sus asesores más cercanos introdujeran a un periodista en el chat supersecreto que monitorizaba un ataque de los hutíes, y que respondieran con emojis (banderita-puño-fuego) al éxito de la operación, nos permite sospechar que no estamos ante una superinteligencia que mueve los hilos mientras acaricia un gato. Y las sucesivas explicaciones que se proporcionan a los inesperados efectos de la imposición de aranceles (es para abaratar la deuda pública, mira qué bien la bolsa baja, mira qué bien la bolsa sube…) tampoco inducen al optimismo.
También sabemos que la confianza en Estados Unidos ha caído abruptamente. Como señala Javier Jorrín la volatilidad bursátil de esta semana no ha provocado que los inversores acudan a los refugios habituales, es decir, el dólar y la deuda pública. La primera parte era uno de los efectos deseados por Trump; la segunda, parece que no. Ahora los inversores exigen rentabilidades más altas a los bonos norteamericanos, y el coste de la financiación aumenta, y tal vez eso explique la marcha atrás arancelaria. En fin, que entrar como un elefante en una cristalería, pidiendo al resto de clientes que le besen el elefantiásico trasero, parece una estrategia económica subóptima. Y todo esto sin mencionar que las decisiones arbitrarias de Trump provocan fuertes fluctuaciones en la bolsa, y esto supone una tentación para el que dispone de información privilegiada sobre esas decisiones arbitrarias, es decir, él: ¿por qué no provocar una alarma, comprar acciones cuando bajen, y retirar a continuación la alarma para que suban?
Los españoles, por el contrario, podemos estar seguros de que nuestro presidente sabe en todo momento qué está haciendo: perseguir su propio interés sin preocuparse por el de España. Por eso este fin de semana estará en China. Es cierto que ha roto unilateralmente la imprescindible unidad de actuación de la Unión Europea, y ha puesto a España en el centro de la diana de las represalias norteamericanas, pero sin duda ha merecido la pena: si Zapatero ha conseguido ganarse la vida como lobista de dictaduras ¿por qué tendría Sánchez que ser menos?