Por más que los partidos se apliquen en dar forma a una mayoría de gobierno, las matemáticas les siguen siendo esquivas. Los ciudadanos pusieron en manos de sus representantes un puzzle de muy difícil recomposición.
Cualquier fórmula que no pase por la gran coalición está abocada a la precariedad y a ésta no se le espera. El resto de alianzas tienen su propio y específico talón de Aquiles. Las habilidades del bueno de Ribera en alinear los intereses de socialistas y populares en la mesa del congreso no parece que vaya a repetirse. La oferta de Podemos a Sánchez, aparentemente, también se queda coja.
Si este escenario se mantiene, solo queda espacio para una nueva consulta ciudadana que rectifique los resultados de diciembre. Sin embargo, tampoco se puede descartar que los ratifique. En este caso, entraríamos de lleno en el día de la marmota.
Curiosamente, en los pocos meses de la llamada nueva política, llaman poderosamente la atención tres aspectos. No han pasado desapercibidos para nadie. Por un lado, el pánico histérico que acompaña a los partidos a perder apoyo popular en una nueva consulta. Por otro, esta nueva costumbre de ceder parlamentarios a fuerzas que nada tienen con su electorado ni con sus principios y llamarle nada menos que cortesía parlamentaria. Por último, el número y el impacto de las actuaciones con repercusión mediática y política que se han concentrado en un escuálido espacio temporal de gobierno provisional.