¿Quo vadis Europa?

El euroescepticismo sube a marchas forzadas. Después de unos años de insuflado optimismo con la moneda única como culminación del proceso de libre circulación, los ánimos se van deshinchando y son mayores las voces que ven en la europea a una sociedad decadente.

Nos puede parecer que la Unión Europea es un organismo elefantino burocratizado al extremo y que sólo sirve de colocadero político, y si bien ello puede ser cierto, también lo es que gracias a las instituciones europeas los estados miembros han obtenido importantes avances. La libre circulación de capitales, personas, trabajadores y mercancías ha supuesto la supresión de fronteras, la moneda única, la Europol, el poder ir a trabajar a otros estados sin los impedimentos de antaño o cuestiones un poco más peregrinas como el uso de rooming.

Pero la Unión Europea no se ha sabido vender, y lo que percibimos es que desde la entrada del euro la inflación se ha disparado, que tenemos un organismo pluriestatal sometido a unos lobbies institucionalizados, que los estados ceden bastante en su soberanía nacional, que en Campos ya no hay vacas y, sobre todo, una política errante en materia de inmigración y seguridad.

La consecuencia es una notable subida del euroescepticismo y de los partidos antieuropeístas -que mejor sería llamarlos antiunionistas-. Marie Le Pen posicionándose como segunda fuerza en Francia, Viktor Orban revalidando y ampliando su victoria, Italia liada como siempre pero esta vez a la contra de la UE, Grecia más alejada que cercana y el PVV dando la nota en Holanda son algunas muestras de que algo no está yendo bien.

(Y España, como casi siempre, yendo contracorriente y viendo subir en los sondeos a un partido de vocación europeísta, aunque no sé si supera su vocación españolista).

Y, por supuesto, me dejo las dos grandes estocadas que ha recibido la Unión Europea como son las negativas a la aprobación de una Constitución Europea y el Brexit.

Se está demostrando que hay vida fuera de la Unión Europea. Se suele tender a identificar UE con Europa, cuando en absoluto son lo mismo. Suiza, Noruega o Serbia están en Europa pero no en la UE, y ahí siguen con más o menos fortuna.

A veces pienso, irónicamente, que no es demasiado buen argumento contra el independentismo catalán advertir de una eventual salida “de Europa”. Y no porque Catalunya no se puede salir de Europa -a no ser que se invente una recortadora profunda de tierra y una embarcación que la arrastre hasta el océano- sino porque poco miedo se debe de sentir de salir de unas instituciones en las que ya pocos tienen ilusión por estar.

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