A medida que avanza el verano, se agota la capacidad y la paciencia de los padres de conciliar la vida laboral y familiar. A finales de agosto, la mayoría de las conversaciones entre padres y madres deriva en el mismo deseo: “A ver si empiezan ya el colegio, porque ya no sé qué hacer con ellos”. Ellos son las hijas o hijos que, desde el 23 de junio, están ociosos, porque entonces acabó el curso y empezaron las vacaciones de verano. Hace mucho tiempo.
Durante ese periodo, sus progenitores se han tenido que buscar la vida para ‘colocar’ a sus hijos al menos unas cuentas horas al día para así seguir atendiendo sus obligaciones laborales. Situación habitual en cualquier territorio de nuestro país pero que, en el caso de las Illes Balears o de otros destinos turísticos estacionales, se complica todavía más, porque es durante estos meses de verano cuando la jornada laboral es más exigente e incluso se reducen los días de descanso, complicando todavía más una conciliación que en ocasiones resulta casi imposible.
En muchas ocasiones, los abuelos, si es que todavía están entre nosotros, o algún que otro familiar, los amigos y hasta los vecinos se utilizan como improvisados canguros, porque muchas familias no pueden permitirse inscribir a sus hijos en un campus de verano durante dos meses y medio -la vuelta al cole está programada para el 12 de septiembre, todavía quedan dos semanas- o porque, si los inscriben, el presupuesto les da para hacerlo por unas horas, sin añadir sobrecoste de comedor, etc. Todo esto sin contar que muchos padres evitan que coincidan sus días de vacaciones -si es que tienen en estas fechas- para así tener que pedir menos favores o ahorrarse el gasto del campus. En este caso, la consecuencia es que las vacaciones en familia pasan a mejor vida porque los dos progenitores no coinciden.
Son las realidades y las angustias a las que se enfrentan la mayoría de las familias con hijos menores durante el verano, sin que encuentren el apoyo de las diferentes administraciones, a las que les importa un bledo las familias, la baja natalidad, la curva demográfica y las apreturas de muchos hogares. Más bien todo lo contrario, es como si alentaran el mensaje: “Si no puedes tener hijos, no los tengas”.
Pero claro, la esperada y ansiada vuelta al cole tiene su cara B. “Las familias de Baleares pagarán este año la 'vuelta al cole' más cara de los últimos cinco años, con un coste de más de 400 euros por alumno”, leía hace unos días en las páginas de este diario. La cifra, según la misma información, supone casi un 5% más por alumno, unos 38 euros. La cifra se me antoja baja, a tener de mi propia experiencia y de las cuentas de mi mujer, que es quien lleva estas cuestiones en la casa y quien me trasladó hace unos días el presupuesto de nuestras tres hijas para el inicio del próximo curso escolar.
Libros y uniformes encarecen especialmente la vuelta al cole para las familias, que también deben afrontar ante la indiferencia y la falta de ayudas de las administraciones. Aquí entra también la picaresca de los centros escolares, especialmente los concertados -el que matricula a sus hijos en un privado ya sabe a qué se expone y se supone que tiene recursos suficientes-, que obligan a adquirir el material en sus propios centros, a un precio notablemente inflado, porque así tienen una golosa fuente de financiación. Y luego está la aportación voluntaria por niño que algunos de esos centros solicitan, como impuesto revolucionario para admitirlo. Gastos y más gastos que la inmensa mayoría de las familias afronta con resignación.