Por aquello de desengrasar del hastío político y mientras espero que me llegue la demanda por plagio de Guy de Forestier, me permitiré la licencia hoy de escribir una líneas sobre los mallorquines, esa especie humana casi minoritaria que habita la isla de Mallorca. Lo haré cuando acaban de cumplirse ya cinco años de mi llegada a la isla desde mi tierra y cuando puedo decir sin miedo a equivocarme que me siento tan enamorado y vinculado a esta isla, a sus gentes, a sus paisajes y a su cultura, como cualquiera de sus habitantes nativos. Soy un mallorquí peninsular. Así me considero.
Vosotros, queridos mallorquines, sois una gente maravillosa. Muy especial. Cuesta conoceros bien, porque no sois gente fácil. Estáis acostumbrados a la llegada masiva de viajeros. Por ello sois aparentemente hospitalarios. Pero de atender correctamente a un visitante, a abrirle las puertas de vuestra casa y vuestra familia, hay un mundo. Tenéis ese carácter desconfiado tan típicamente isleño. Tenéis una coraza protectora que en caso de que decidáis desactivarla descubre a gente maravillosa que cuida y quiere al amigo como nadie. Sois discretos y no os gusta la ostentación, y eso me gusta especialmente, y desconfiáis de aquellos que hablan más que hacen. Os gusta el trato humano y es imprescindible para vosotros conocer y apreciar a la persona con quien se hacen negocios. Os hacéis de rogar a la hora de dar una respuesta, ya sea para cerrar un acuerdo o para confirmar que acudiréis a una cita. Pero eso os da cierto aire de misterio muy interesante.
Vosotros, queridos mallorquines, amáis vuestra tierra y vuestra cultura. Protegéis celosamente vuestras señas de identidad y secretos. Aun así os encanta mostrar vuestra isla al foráneo. Sois los mejores embajadores de vuestra tierra. Allí donde va un mallorquín, viaja la marca Mallorca. Y la centenaria marca Quely, también, porque no vais a ninguna parte sin vuestras galletas d'oli y vuestra sobrasada. De ese vicio me he contagiado yo, queridos mallorquines, que me perdone la OMS y la madre que los parió.
Sois tan estupendos que cuando vais a tomaros un par de cañas, o sea "un parell", os podéis tomar una docena. Gran invento el "parell" mallorquín.
Este foraster os respeta y se siente feliz de poder vivir entre vosotros. Antes de llegar a esta isla me dijeron que Mallorca o te echa o te atrapa. Y cuando decían Mallorca querían decir "los mallorquines". La isla atrapa siempre. Puedo deciros sin miedo a equivocarme que a mi me ha atrapado. Me habéis atrapado. Si algún día las circunstancias de la vida me llevan fuera de Sa Roqueta, lo sentiré tanto como si dejara mi casa.
Sin embargo, hay algo que me desconcierta. Me cuesta entender el por qué de vuestra tendencia a no resolver los conflictos personales. Trataré de explicarme. Sois tan grandes amigos de vuestros amigos como enemigos de vuestros presuntos enemigos. Hasta un punto exagerado y falto de raciocinio, si me permitís la crítica constructiva. Me trataré de explicar con un ejemplo: Una vez llegó un colaborador a mi despacho y me dijo con preocupación que un empresario le había dicho que jamás haría tratos con mi empresa mientras yo estuviera al frente de la misma. Me quedé perplejo. Principalmente porque no tenía ni idea de quien era este señor. Inmediatamente intenté ponerme en contacto con él. Lo hice un día y otro, sin resultado. Le escribí, nunca contestó. He pedido la intermediación de terceros y ni así.
A fecha de hoy sigo sin conocer a este señor ni se cuál es el motivo de su rechazo total hacia mi persona.
¿Les suena la situación? Seguro, queridos mallorquines, que os tenéis en vuestro día a día ejemplos parecidos en vuestro día a día. Y posiblemente vosotros seáis protagonistas de alguno de estos extraños episodios.
Cada vez que alguien me dice que no se habla con alguien pregunto por qué. Casi siempre te cuentan una anécdota menor, hacen referencia a algo que les ha contado un tercero, afirman que el tipo en cuestión habla mal de ellos o simplemente, no tienen respuesta concreta. Eso si, uno y otro perderán energías puede que durante años para mantener la distancia y, si es posible, perjudicarse mutuamente. ¡Qué locura!
¿Tiene sentido esta manera de afrontar los conflictos, ya sean reales o imaginarios?
No, no lo tiene. Si hay un conflicto lo mejor para ambas partes es tratar de solucionarlo. Por grande que sea el problema, si es que existe. Al menos nadie pierde nada por intentarlo y puede que hasta ganen las dos partes. Para ello es necesario sentarse y hablar. El cortar toda comunicación con el otro de por vida es... una soberana estupidez.
¿Estoy en lo cierto mis queridos mallorquines? Yo creo que si.