La triste historia de Ángel Hernández, quien en un acto de amor y humanidad ayudó a dejar de sufrir a su esposa aquejada de esclerosis múltiple, ha vuelto a sacar las miserias de nuestra clase política. El “tu hicistes” o “yo haré” para ganar un puñado de votos ha sido un nuevo episodio de oportunismo político que causa vergüenza ajena, máxime por el intento de hacernos pasar por tontos por enésima vez.
Sin embargo, la reacción de la sociedad ha sido en general bastante unánime. La mayoría de los ciudadanos, de todo espectro político hay que decirlo, se ha manifestado a favor de una regulación de la eutanasia que evite la lastimosa situación por la que tendrá que pasar Ángel Hernández, por haber hecho realidad la petición de María José Carrasco de morir.
Entre otras cosas, hemos escuchado a algunos de nuestros entrañables candidatos decir que se tiene que regular los cuidados paliativos, afirmación que nos deja ojipláticos puesto que los cuidados paliativos llevan muchos años llevándose a cabo en los hospitales y parece absurdo tener que hacer una regulación al respecto distinta de la que ya existe. No señores, cuidados paliativos es muy diferente a eutanasia. Los primeros es hacer lo posible para que el poco tiempo que le queda a un enfermo terminal sea lo menos doloroso posible. Lo segundo es, directamente, y sin más prolegómenos, morir, fallecer, estirar la pata, pasar a mejor vida, irse al otro barrio, ver la guadaña, diñar, ser pasto de los gusanos…
La eutanasia puede ser solicitada por parte de una persona que no está en fase terminal, pero que su enfermedad es irreversible y su calidad de vida totalmente insuficiente. Parte de una premisa esencial: la imposibilidad de la persona en propiciarse personalmente la muerte, es decir, suicidarse. El mediático caso de Ramón Sampedro es paradigmático: un hombre aquejado de paraplejia que, aunque hubiera podido vivir muchos más años en esa situación, se negaba a seguir postrado en cama para siempre, y por ello solicitó asistencia a terceras personas para llevar a cabo lo que llevaba mucho tiempo meditando: dejar este mundo que para él sólo era sufrimiento físico y psicológico.
Por supuesto que se tiene que garantizar que no se disfrace de eutanasia lo que podría ser un homicidio o asesinato, pero para ello están una serie de instrumentos que con la legislación se pueden regular, como por ejemplo mostrar tal voluntad en el testamento vital. Con ello, los facultativos médicos podrían practicar un acto que no se puede decir que atente contra la vida, sino que es de pura humanidad porque estamos ante personas que, si pudieran, se quitarían la vida solas.
En todo esto subyace un poso cristiano de “hemos venido a este mundo para sufrir y no podemos escapar a los designios del señor”; sin embargo, la época del cielo, el infierno y el miedo al purgatorio hace tiempo que pasaron a la historia. Y, lo más importante, la eutanasia siempre sería un derecho, a nadie se le obligaría a morir.
Así es que, un poquito de respeto a la inteligencia de los electores por favor! porque a pesar de que Belén Esteban arrase en las librerías y Kiko Rivera sea superventas de discos en España, (y eso da pie a que nos traten de paletos profundos), aún sabemos distinguir las churras de las merinas.