Lo de la mediática pieza titulada el “Plátano” del artista Maurizzio Cattelan está llegando a cuotas insospechadas en el mercado del arte. El plátano pegado con cinta aislante se cotiza y no sólo eso, sino que ya se han vendido dos versiones desde su presentación en el año 2019. No sé si lo recuerdan, pero el asunto fue polémico y por aquel entonces estaba en 120.000 dólares.
Como digo, de Plátano ya se han vendido 3 versiones con precios entre 103.000 y 130.000 dólares, una de ellas al Museo Guggenheim de Nueva York y estos días se subastará en Sotheby’s con una estimación superior al millón de dólares.
Plátano es una obra perecedera. Debe sustituirse cada dos o tres días porque, si no, el stand apesta a tren de cercanías en Marrakesh; por eso, en vez de venderse la pieza, se vende un certificado de autenticidad de 14 páginas y unas instrucciones detalladas sobre cómo instalar el plátano fresco (el artista pedía que se colgara a 175 cm del suelo, en un ángulo de 37 grados y recomendaba cambiar la fruta cada 7-10 días). Como ven, el cachondeo sigue siendo interesante.
Me recuerda al escultor italiano Salvatore Garau que vendía esculturas invisibles en 2021.
Lo del asunto de Plátano tiene sus riesgos. Cuando se exponía en Miami Bassel de 2019, un día llegó un tipo llamado David Datuna, lo despegó y se lo comió. No se preocupen. Aquello formaba parte de una acción combinada de promoción titulada Hungry Artist, porque está claro que lo del Plátano es lo que se conoce en el mundo del arte contemporáneo como una Performance.
Supongo que quien compra plátanos a 103.000 dólares desconoce que en MERCADONA los venden a 0,69 céntimos de euro. Tampoco sabe que el plátano podrido es el entorno de la temible larva de la Blatodea Termitoidea Bananenisis, voraz insecto temido en el mundo de la restauración del arte y que ataca drásticamente, de manera especial, lienzos de Tapies y de Barceló, y los defeca en los jersey de cashemere de los invitados.
Ahora entenderán por qué los pintores de renombre le han dedicado tan poco bodegón al plátano, banana o plátano macho: es una fruta maldita en el mundo del arte y que no sirve para nada si se lo compara con el turgente y firme pepino. 1000 millones de LGTBI+ no pueden equivocarse.
Por otro lado, si el comprador de Plátano se dedica a coleccionar certificados, yo le vendo uno que me han otorgado recientemente en la embajada de Singapur como Grand Companion (GRM) de la Royal Order of the Crown of Mangkualaman, y que no lo tiene seguro.
En su momento juzgué la obra (Plátano, no las esculturas de Garau) como una solemne tomadura de pelo, pero le estoy dando vueltas al asunto: Maurizzio Cattelan va más allá de las sesudas interpretaciones de críticos y expertos de arte contemporáneo, y que les aconsejo si están interesados en la evolución del Onanismo Mental imperante o simplemente no tienen nada que hacer mientras están en la consulta del dentista.
Cattelan forma parte de un grupo de artistas italianos de los años 60 que ponen permanentemente en juego al mercado del arte. Ya sea una banana pegada con cinta, un inodoro de oro o un caballo embalsamado, sus obras impactan con humor negro y provocación. Recomiendo especialmente el futbolín de 8 metros de largo…
Fruto de su época y de la cultura imperante, entiendo que Maurizzio Cattelan no es que no crea en el arte, sino que lo compara con el entorno y momento en el que vive: Grotesco, inverosímil y ridículo. El artista italiano busca ese impacto inmediato, la reflexión o el rechazo, la crítica mordaz o la carcajada. Es de suponer que no hace otra cosa que parodiar la realidad.
Ahora bien, ¿de quién se ríe?
Jorge Llopis
Director de Pecados del Arte.com