Punto muerto

Hace unos meses que comenzaron a redoblar las campanas por el bipartidismo y el alborozo entre algunos rebeldes sin causa llegó a provocarnos dudas sobre las bondades de la alternancia, tan consolidada en los países anglosajones y tan recurrente en el resto del planeta. El relevo sucesivo entre las dos grandes fuerzas políticas mayoritarias, desde 1982, se había convertido para algunos iluminados en el germen de la corrupción y el origen de todos los males que han acechado este país, a pesar de que no era la dualidad que se repetía en las Comunidades Autónomas.

Mientras miramos de reojo al vecino luso, al que quiere imitar el candidato socialista a gobernar el resto de la península Ibérica, comprobamos como la fórmula ‘multipartita’ no es estable ni en Portugal, a referencia del Presidente de la Comisión Europea; ni en Illes Balears, aunque lo necesite edulcorar el Govern con porcentajes que no nos dicen nada. La ecuación no tiene una fácil solución si debemos despejar la incógnita de Podemos, que aspira a ser hegemónico en la izquierda mediante subterfugios tácticos, mientras la atracción por el poder debilita a sus “aliadversarios” y condiciona la acción de gobierno en las islas.

Tras los primeros seis meses, plagados de recelos, encontronazos y heterodoxia entre los que mantienen en el Consolat a la farmacéutica de Inca, MÉS y PSIB presumen de haber cumplido el 25% de su programa, a pesar de que cuesta trabajo creer que pudieron acordar tan poca cosa. Ninguno de los diez primeros asuntos que los ciudadanos declaran como problema en el barómetro del CIS, excluido el terrorismo internacional sobre el que no tiene competencias, han sido abordados con decisión por un Ejecutivo autonómico que sólo abunda en la retórica. Un día se llena la boca de autoelogios por haber eliminado una tasa que se paga una vez en la vida y al día siguiente hincha pecho por cobrarnos otra que debemos pagar cada día. La tarjeta sanitaria es indecente cobrarla porque ya pagamos el IVA y cotizamos a la Seguridad Social, según afirmó el director del IBSalut, pero hospedarnos en un hotel en nuestra propia tierra es lógico que tenga implícita una nueva carga. Supongo que para pagar, también, lo que nos cuesta la propia tarjeta y las que hemos repartido entre los que ni pagan ni cotizan.

En Baleares no tenemos bipartidismo, desde que fue preciso coaligar media docena de formaciones para acabar con la hegemonía de la derecha, pero el efecto es exactamente igual de perverso. Baste ver el nivel de consenso parlamentario que se ha buscado para derogar leyes, para atender enmiendas o para escoger representación en las instituciones, donde sigue primando la decisión de los tres socios que en eso, como los mosqueteros de Alejandro Dumas, actúan todos a una. No hace falta recordar el escaso efecto higiénico que la existencia de alianzas estratégicas ha ejercido sobre la vida pública, su reducido aporte al bienestar de las personas y la observada incapacidad de aunar más criterios que los del grupo que publica en el BOIB y administra las cuentas.

En contra de los dictados de Constantin Kaváfis, el Viaje a Itaca al que nos están condenando algunos déspotas ilustrados no es lo que nos ocurre cuando avanzamos, sino lo que se nos viene encima cuando se acaba la inercia y surte su efecto la marcha atrás, que es lo único en lo que siempre se ponen de acuerdo, en lugar de cumplir con lo que exigen cuando no gobiernan.

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