Han venido lanzando globos sonda barajando subidas desorbitadas del precio de la luz, hasta un 30 por ciento, para ir preparando el cuerpo del consumidor hasta que asumiera como inevitable el incremento. Y ahora, con la subida en torno al 10 por ciento, el susto se reduce un poco y parece que se asume el tarifazo como un mal menor. Pero la jugada de propaganda perversa no conseguirá borrar el cabreo de quien comprueba que llevamos una racha de subidas por encima del coste de la vida, que nos obligan al gasto de instalar un limitador de energía que supone en muchos casos acogerse a otra tarifa superior y pagar más en el tramo fijo, que ahora tendremos que pagar un 10 por ciento más, hasta dentro de unos meses que tendremos otro susto. Ya está bien. Nadie normal como usuario entiende eso del ajuste tarifario, que estemos pagando el cierre de una central o las inversiones de las eléctricas. Y nadie nos lo explica. El recibo es un galimatías para iniciados, un trágala: o pagas o te cortamos la luz. Estos servicios básicos, imprescindibles, deberían estar rigurosamente regulados y controlados, y cualquier subida por encima de índice de precios debería ser autorizada por el Congreso si el Congreso considera que hay razones suficientes para autorizarla. Quizá sea pedir demasiado en este sistema económico, pero no parece que sea mucho pedir que el Gobierno nos explique con sencillez y claridad por qué las eléctricas nos están sacando el hígado año tras año. Y a callar y pagar.
