Nunca me han gustado los partidos de pretemporada, no indican nada, implican menos y solo sirven a los entrenadores para sacar conclusiones y seguir el grado de preparación individual y colectivo de sus plantillas. Los resultados son equívocos. Las giras de los grandes son carnavalescas, una forma de ganar dinero que pagan cuatro incautos para ver de cerca o de más lejos a sus ídolos, Luego, un Mallorca-Poblense, un At. Baleares-Getafe o el Lugo-Mallorca, por citar algunos ejemplos, me tienen completamente sin cuidado por decirlo finamente. Ye cuesta tener que mentalizarse del calendario de competición que nos espera como para detenerse a ver pachangas de pueblo para desocupados.
Mi visión de estos encuentros sacados de contexto y revestidos de una aureola que no tienen, es extrapolable a los amistosos, ya sean de la Selección o de clubs. Es más, metería en el paquete el Mundialito de las narices y la Copa Confederaciones, que no hacen más que llenar un calendario sobrecargado de insensatez y llenar las arcas de la FIFA, la UEFA o, dado el caso de rigurosa actualidad, la Federación de marras.
Algo de razón debo tener cuando incluso los torneos veraniegos más tradicionales han acabado como el rosario de la aurora y no hablo del Ciudad de Palma, fenecido hace años, sino de los mismísimos Teresa Herrera o Ramón de Carranza, desprovistos de toda emoción e interés.
Para gustos, los colores. Allá cada cual. Pero de eso a vender entrenamientos de Segunda B como si fueran finales continentales, media más que un solo abismo.
