Presa de amor

Tengo un problema. Estoy enganchada a las películas, malísimas por cierto, de sábado tarde, de canales generalistas y que siempre acaban igual. Minuto tres. Mujer de mi edad (cinco arriba, cinco abajo) conoce a un hombre, “acaudalado”, guapo, unos años mayor o menor y con una personalidad arrolladora, una sonrisa blanqueada y un culito al que le quedan muy bien los vaqueros, cosa que no todos pueden decir. Un encuentro sexual, un diamante, un coche de lujo, un montonazo de mimos, y una convivencia inmediata. Paso a paso, se hace el amo de su voluntad, de sus deseos, de sus pensamientos, en fin, un imprescindible de la vida, - de la de ella -, porque desde mi sofá y el de mis amigas, ya se ve venir lo peor. A la hora de la cena, siempre cortan lechuga y zanahorias en una tabla de madera, y no falla el primer plano de los cuchillos afilados que, tarde o temprano, se convertirán en armas homicidas. Cocina enorme con isleta central. Les acompaña una copa de vino, así como el fuego del hogar. Casa de dos plantas y sonrisa permanente. Camisones de seda y pectorales fibrados, y a veces un perro lanas adorable. Poco a poco, el guaperas de turno empieza a demostrar al espectador que en realidad es un psicópata y que la cosa se va a complicar a marchas agigantadas, porque a las seis acaba la peli y ya no queda mucho tiempo. A ella se le desmorona el mundo sin sospechar de su hombre, y toda la suerte se le vuelve en contra: se le muere el perro, le roban en la casa, pierde el trabajo. En el minuto sesenta, su mejor amiga, que es muy cuca, intenta contar a nuestra pobre infeliz que él no se llama John en realidad, y que antes que con ella, ha estado casado con cinco y todas han muerto en extrañas circunstancias. Pero no consigue llegar a puerto, porque sufre un “terrible” y “desgraciado” accidente que acaba con su vida.

Minuto sesenta y cinco. Me quedo dormida, tranquila, sabiendo que el final me espera y que en caso de que me lo pierda, tampoco pasa nada, porque los guionistas saben lo que hacen y repiten el mismo una y otra vez. Cuando éste llega, ella se lo carga, o eso parece, porque suele ser una trampa para hacerlo resucitar y darnos un último susto, antes de que llegue la policía,- tarde -, y lo encuentre rematado. Los créditos aparecen cuando ella, con una manta y casi siempre de noche, está sentada en la ambulancia tomando un café americano, malherida.

Dicen que uno coge hábitos después de veintiún días de repetir una acción. Si caminamos veintiún días seguidos, luego ya tendremos ese hábito; si leemos veintiún días seguidos, el veintidós ya seremos lectores convencidos. Yo llevo años viendo estas películas de serie b, o c, o z, y me temo que estén haciendo un daño irreparable a mi cerebro. Como la gota malaya que acaba perforando y aniquilando al torturado. Aunque quizá me salve una cosa: es cierto que he visto más de veintiuna a lo largo de mi vida, pero como siempre han estado separadas, como mínimo una semana, a lo mejor el daño no es irreparable. Si les pasa lo mismo, huyan, que estos engendros de la industria no pueden tener nada bueno. Aunque pensándolo bien, hay cosas aún peores, como ver a la Esteban comiendo en plató o a Karmele llorando debajo de sus peinetas, dándonos carnaza caducada, conscientes como son de que tenemos toda la sangre en el estómago después de comer, incapaces de reaccionar apagando la tele o cambiando de canal. Así que quizá vea una peli más. O dos. El sábado a las cuatro no se pierdan “presa de amor”, una de mis favoritas. Aún tenemos seis días para deshabituarnos, en caso de estar en peligro.

Suscríbase aquí gratis a nuestro boletín diario. Síganos en X, Facebook, Instagram y TikTok.
Toda la actualidad de Mallorca en mallorcadiario.com.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más Noticias