Pedro Sánchez consigue pisar callos aun cuando no se lo proponga. El último, el del gremio de corbateros y comerciantes de la cosa, a cuenta de la recomendación de dejar de usar corbata como método para aplacar los rigores veraniegos y reducir la factura energética.
Pues mira, por una vez estoy de acuerdo en la medida propuesta por nuestro sabio presidente. Y no porque piense en ningún efecto energético, precisamente. Para eso, sería quizás mucho más fácil dejar de decir gilipolleces made in Putin sobre las nucleares, alargar la vida de las que están en funcionamiento y planificar la construcción de diez más, como hace nuestro vecino del Norte, a quien le compramos ingentes cantidades de fluido eléctrico sin preguntar de dónde lo ha sacado.
No, estoy de acuerdo con Sánchez porque tengo el cuello ancho y porque ninguna camisa prêt-à-porter que me encaje en el tórax-abdomen se me cierra en el dichoso botón de marras, de manera que tengo que ir de moderno y, cuando visto corbata, llevar el botón del cuello desabrochado, lo que no me acaba de agradar porque a mi porte carpetovetónico no le sientan bien las medias tintas.
El caso es que este asunto corbatil no es ninguna ocurrencia de Sánchez, ni siquiera de su flamante ministro de propaganda (Reichsminister für Volksaufklärung und Propaganda, en alemán clásico), el modosito Bolaños. Fueron los japoneses quienes patentaron la idea hace exactamente diez años (el 1 de mayo de 2012, por más señas), cuando se relevó a los funcionarios del imperio del sol naciente de la obligación de usar corbata y chaqueta y se les autorizó a usar manga corta para poder poner los termostatos de sus oficinas a 28 grados.
Naturalmente, los japos se tomaron en serio a su gobierno, no como aquí. También es cierto que en Japón los ciudadanos se toman en serio todo lo que les dicen porque su primer ministro no es un mentiroso patológico como nos ocurre a nosotros, y eso es jugar con mucha ventaja.
Además, la medida ni siquiera es nueva en España. Con ocasión de la pandemia, los letrados fuimos relevados de la obligación de usar toga en estrados -algo que, inexplicablemente, se mantiene con carácter potestativo a día de hoy-, y de la toga se pasó a las corbatas, que en la jurisdicción social hacía ya tiempo que eran patrimonio casi exclusivo de los letrados de empresa, que cobran mucho más. Lo cierto es que, probablemente porque la inmensa mayoría de nuevos jueces son mujeres que no acostumbran a endosarse este colgajo heteropatriarcal, el asunto de las corbatas -en su día, negras sobre camisa blanca, cual funeral- está pasando a mejor vida a pasos acelerados incluso en la barra.
Lo que en ningún caso cabe descartar es que el golpe de efecto de Sánchez, que ha engrosado a lo bestia la industria del meme patrio, responda a razones que nada tienen que ver con el ahorro energético y sí con el peligro cierto de no revalidar su cargo el año que viene por mor de su ineptitud congénita y la gigantesca corrupción de su más que honorable partido.
En suma, no me extrañaría que Pedro el Bello nos hable ahora de corbatas porque se le han subido las gónadas al gañote, id est, porque ahora sí que sí, los tiene por corbata.