Generalizaré: mataré moscas a cañonazos. Si de alguna cosa estoy convencido es de la rotunda afirmación de que la llamada clase política ni es clase ni es política. Una de las acepciones más comunes del vocablo clase se refiere a la elegancia, el saber estar, la sabia utilización del buen gusto, una exquisita urbanidad, el bien saber y una educación global más que aceptable. ¡Ya me dirán ustedes!
Por otro lado, la política se entiende como una actividad orientada en forma ideológica a la toma de decisiones de un grupo para alcanzar ciertos objetivos. También puede definirse como una manera de ejercer el poder con la intención de resolver o minimizar el choque entre los intereses encontrados que se producen dentro de una sociedad. No lo digo yo: esa es la fórmula utilizada por Aristóteles, en el siglo V a.c. en su obra titulada justamente Política. ¿Y ahora qué: como se han quedado?
Hagan ustedes un discreto ejercicio comparativo y díganme, por favor, si conocen a alguien –alguna persona que realice actividades políticas- que reúna alguna característica de una sola de estas premisas. ¡Déjenlo, no se esfuercen más!
Lo que abundan son tipos mediocres que, agazapados en la más absoluta miseria intelectual y –en algunos casos, moral-, viven una vida más o menos aparente bajo las estrictas normas que dictan los partidos políticos. Sigo generalizando, claro: ¡ya puestos!
Me da que la tecnocracia mezclada con un estado de ignorancia supina y universal produce un “monstruo” a quien se le llama, impropiamente, político y que se muestra incapaz de gestionar conflictos, negociar sobre temas en principio innegociables, suavizar tensiones e intentar resolver problemas tanto sociales como económicos; y que conste que he avisado de que generalizaría.
¿Que qué? ¿Estaré sufriendo un episodio de pesimismo catastrofista?
Qué mas quisiera yo...
