Me acercaba al colegio electoral pensando en cuándo fue la última vez que me había levantado tan pronto un domingo. A pesar de no recordar otro madrugón igual, no estaba molesto sino curioso por ver qué depararía una jornada en la cual iba a asistir en primera línea -como primer vocal de una mesa electoral- a unas elecciones que se antojaban históricas por todo lo que las precedía. Era más un día de playa que de comicios y de eso hablaba con los que serían mis compañeros de batalla durante una dura jornada, mucho más larga de lo que ninguno de nosotros podía imaginar en aquel momento. Comienza la votación. Son las nueve y tres minutos cuando entran por la puerta del colegio los primeros votantes, un matrimonio mayor. La mañana transcurre muy rápida porque no paran de llegar ciudadanos a votar. Desde las nueve hasta la 13 horas es un sin parar de votantes que ejercen su derecho y que coinciden en sus comentarios: “hay que votar para cambiar esto, si no nos vamos todos al paro”; “yo lo tengo claro en las tres votaciones: PP, PP y PP”. Estas últimas palabras las repiten varios votantes precisamente en el momento de introducir sus papeletas en la urna: “PP, PP y PP” dicen en alto. Orgullosos, confiados y yo diría que sabedores ya tan pronto de que van a arrasar. A partir de la 13 horas la jornada decae. “Todo el mundo está en la playa” dice mi compañero de mesa. Todo el mundo no, a las 14:30, queriendo pasar desapercibido y sabedor de que sería un horario muy tranquilo aparece Joan Mesquida, secretario general de Turismo. “¿Com va tot?” pregunta a dos apoderados del PSOE sentados al lado de la mesa donde le ha tocado votar. Las caras son de circunstancias, ellos también presagian lo que está por venir. La tarde se hace interminable hasta que a las 18 horas empieza otra vez a llegar bastante gente. Les recibimos con envidia porque a estas alturas el cansancio empieza a hacer mella y ellos vienen con arena en la cara, relajados, incluso algunos en bañador. “No te agobies que lo peor todavía está por llegar” me susurra el presidente de mesa. Poco antes del cierre se produce la única incidencia de toda la jornada. Dos señoras mayores están decidiendo qué papeleta introducir en el sobre cuando una apoderada de un partido les señala unas en concreto -las de su propio grupo, claro-. Inmediatamente el resto de apoderados de los otros partidos se le echan encima y la increpan por su acción. Seis apoderados discuten acaloradamente por lo acontecido, el resto les miramos con una sonrisa en los labios y yo me doy cuenta en ese momento que elegir la guardería de un colegio para las votaciones era una decisión muy correcta. Acaba la votación y nos disponemos a comenzar el escrutinio. Empezamos por la urna de las elecciones municipales. La primera papeleta es del partido… Ciudadanos en Blanco. Sorpresa general. “Y si…” piensa más de uno. Pero nada, un espejismo. Cuando llevamos unas 100 papeletas abiertas ya vemos que el PP está barriendo. La cara de los apoderados del PSOE y del PSM que supervisan nuestro recuento es un poema y el apoderado de la Lliga de Font se muerde las uñas. Mientras el del PP hace su primera llamada de la noche: “Por goleada”, le escucho decir. Nosotros a lo nuestro: cogemos los sobres, los abrimos, sacamos las papeletas y las ordenamos en montones, uno por cada partido. El primer escrutinio acaba dos horas después, el PP ha ganado por goleada efectivamente. Los resultados se repiten casi iguales en las otras dos urnas. La última, la del Consell, la abrimos sin apoderados que nos vigilen. Los del PP ya lo están celebrando, y el resto se ha ido yendo poco a poco y de puntillas, con vergüenza. Es la una de la madrugada cuando vuelvo a casa, cansado como pocas veces lo he estado. Ha sido un día durísimo, aunque más duro habrá sido para otros, pienso mientras me meto en la cama a soñar con papeletas y partidos…
