Tal y como se establece en el artículo 66 de nuestra Constitución, las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado. Las Cortes Generales ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos y controlan la acción del Gobierno. Como en todo Estado moderno, en el reconocimiento de la división de poderes ya concebida por Montesquieu, sobre las Cortes Generales recae el poder legislativo, del que emanan las normas jurídicas que rigen nuestra convivencia en sociedad. Nada más y nada menos.
Pues bien, ya se han constituido las dos Cámaras que cumplen tan relevante papel en nuestro Estado de derecho y ya ha dado que hablar lo ocurrido en el Congreso de los Diputados. Cierto es que, para empezar, nos hallamos ante la legislatura más mediática de nuestra historia, ya no solo por la infinidad de medios de comunicación acreditados que rondaban el hemiciclo sino por la trascendencia y repercusión que la jornada tuvo en redes sociales, cuya creciente importancia ha quedado patente una vez más. Y precisamente esto hizo que la sesión de constitución se convirtiera para algunos en una suerte de sainete en que cada uno debía representar un papel digno de ser aplaudido desde su propia grada o desde los teclados de sus más avezados seguidores tecnológicos.
Tuve la ocasión de seguir las diversas votaciones y el solemne acto en que cada uno de los diputados, que no olvidemos nos representan a todos nosotros, debía prometer o jurar su cargo, y la verdad es que no me gustó lo que vi. Claro que, en el día a día, en el fragor del intercambio de opiniones, cada partido político, cada color, cada diputado, deberá dar lo mejor de sí por sus convicciones, defendiendo sus posturas dentro del respeto absoluto que marca el Reglamento de la Cámara. Pero ayer era un día de fiesta democrática en que, ante todo, se debía rendir pleitesía a una institución clave para nuestra convivencia, que nos representa y nos honra a todos.
Sin embargo, desde la bancada de Podemos nos encontramos un sinfín de proclamas, gestos, señales y gritos que poco tienen que ver con la solemnidad requerida en un día tan especial. Lógicamente, y como no puede ser de otro modo, todo merece el máximo de los respetos. Evidentemente, todos son muy libres de jurar, prometer o lo que quiera que hayan hecho en alguno de los casos, voz en grito. Igualmente, todos son libres de llevar a su bebé recién nacido a su puesto de trabajo (o quizás no…). En esto consiste la democracia y el Estado social y democrático de derecho en que vivimos y que se sostiene gracias a una Constitución a la que desde algunos posicionamientos se quiere denostar en vez de agasajar. Ojo, que personalmente considero ha llegado el momento de modificar y mejorar nuestra Carta Magna, pero de ahí a la persecución de la que estamos siendo testigos, va un largo trecho.
En definitiva, fue solo un día, pero no un día más ya que para todo demócrata es algo especial. Ahora llega el momento de trabajar, de transformar todos esos programas en realidad. Y llega la hora de los pactos, del diálogo, de la confrontación desde el respeto y la convicción de que sus señorías nos representan a todos. Y cuando eso ocurra, solo espero que se defiendan posturas y no postureos. Lo de ayer, en mi humilde opinión, me pareció poco serio.