EMILIO ARTEAGA. La degradación ética y moral de gran parte de nuestros grupos dirigentes: políticos, empresarios, medios de comunicación, elites profesionales, etc., que se desprende del bombardeo de noticias que día sí día también explota delante de nuestros ojos en los medios de comunicación, está llegando a extremos insoportables y provocando una sensación generalizada de indignación, cansancio y desmoralización y, por desgracia, también de depresión en muchas de las personas más desfavorecidas y perjudicadas por la crisis. La verdad es que asistir a tanto despropósito, a tanta desvergüenza, a tanta infamia, resulta profundamente fatigante y desmotivador. En los últimos días, entre otras novedades, hemos conocido nuevos correos electrónicos en el caso Noos, el escándalo del espionaje en Cataluña, el preocupante incremento de la deuda pública del estado, que se acerca al 90 % del PIB, punto considerado por los expertos de difícil retorno para una economía como la española y que es un dato más que demuestra la falta de resultados positivos de la política económica del gobierno. También hemos conocido que el expresidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, supuestamente urdió una trama con un cómplice para estafar a su socio, Gonzalo Pascual, ya fallecido y, además, aprovechando su desparición, habría pretendido derivar hacia él la autoría de todos los delitos por los que está siendo investigado judicialmente; otro caso “edificante” de nuestra dirigencia empresarial. El domingo se han producido manifestaciones en defensa de la sanidad pública y en contra de los planes de privatización de la gestión de la misma, en 15 ciudades españolas, entre ellas Madrid, allí ha sido la cuarta “marea blanca”, y Barcelona. El lunes ha empezado la primera tanda de huelgas del personal de Iberia, que sospecha, como muchos analistas, que va camino, si no de la desaparición, sí de un serio recorte de actividad y una probable desmembración de alguna de sus áreas más productivas. También el lunes se ha sabido el casi seguro cierre y disolución del grupo Orizonia, del que, al parecer, solo se salvarán algunas partes, no más del 10 % del total.
Las encuestas publicadas en los últimos meses y la propia experiencia de todos nosotros con nuestros entornos inmediatos, indican que existe un estado opinión muy mayoritario que aboga por la necesidad de una regeneración profunda del funcionamiento de los partidos, del sistema electoral, de la transparencia de la gestión de la cosa pública, de los mecanismos de control democrático sobre las instituciones, del poder judicial y, en definitiva, de todo el sistema democrático y también, por desgracia, la mayoría empezamos a estar convencidos de que los políticos actuales no son capaces, no pueden y probablemente no quieren acometer esa regeneración profunda y se limitan a ganar tiempo mediante discursos aparentemente muy audaces y modificaciones legislativas y funcionales muy tímidas. El problema es que su credibilidad entre los ciudadanos es casi nula, por lo que el malestar, la indignación y el desprecio hacia ellos crecen a velocidad acelerada.
Ante este estado de cosas existe un peligro cierto de consecuencias políticas y sociales indeseables. En Italia hace unos años, la explosión de la tangentópolis supuso el fin de la mayoría de los partidos políticos tradicionales, así como de los propios políticos, incluso un exprimer ministro, Bettino Craxi, tuvo que exiliarse a Túnez para evitar ingresar en prisión. Esta desaparición sin embargo, no condujo a la esperada regeneración política en Italia, puesto que el espacio dejado vacío por los partidos tradicionales de derechas fue ocupado por la formación política creada por el inefable Silvio Berlusconi, con el muy futbolero nombre de Forza Italia, muy apropiado para el partido de quien era también dueño del Milan, una formación populista de la que se sospecha que su principal objetivo era promover leyes para proporcionar inmunidad y más poder a su líder, en coalición con los neofascistas reconvertidos en neodemócratas de Alleanza Nazionale de Gianfranco Fini y la dificilmente descriptible Lega Nord de Umberto Bossi, movimiento que propugna una redefinición federal del estado italiano, con la creación de una fantasmagórica Padania semiindependiente en el norte del país. Todos sabemos a donde han llevado a Italia los sucesivos gobiernos de estos personajes, con algunos periodos de gobierno del polo de izquierdas, liderados por Prodi, D'Alema y Amato, mucho más presentables en lo que a ética se refiere, pero que tampoco mejoraron significativamente el funcionamiento de la economía ni el de las instituciones. Ahora, después del interregno tecnocrático, de dudosa legitimidad democrática, de Monti, lo preocupante es que las encuestas para las próximas elecciones indican que el centro izquierda y Berlusconi, si va en coalición con la Lega Nord, están muy parejos y que el tercer lugar se lo disputan la opción Monti y el movimiento antisistema del actor Beppe Grillo.
Aquí también existe el peligro del auge de movimientos populistas y antisistema, como hemos visto en las últimas elecciones catalanas, con el incremento de un partido como Ciutadans, con un mensaje de aparente radicalidad democrática, que si se lee atentamente podría no se tan democrática, así como la entrada en el Parlament de las CUP, movimiento abiertamente asambleario y antisistema, lo que podría derivar en problemas de gobernabilidad e inestabilidad de las instituciones y, en consecuencia, abonar aún más el terreno para el advenimiento de alguna opción tecnocrática promovida desde instancias exteriores, y también interiores, como ha ocurrido ya en Grecia y en Italia, solo que esta vez con voluntad más duradera.