No son cuatro mujeres desesperadas ni tienen motivo para ello, pero siempre dan la sensación de estar en permanente estado de ofuscamiento. Las cuatro se levantan cada día pensando más en cómo combatir al contrario que en gestionar los departamentos de los que son responsables. Garcías, Oliver, Barceló y Armengol se comportan en política de forma abyecta y, lo que es peor, despechada. La relación entre ellas es muy curiosa. Sobre todo en el caso de Joana Barceló. La doble consellera no se lleva del todo bien con Francina Armengol por celillos de liderazgo. Tampoco acaba de cuajar su relación con Isabel Oliver por las competencias de turismo no transferidas al Consell de Mallorca. Y hace meses que se desinfló el feeling que tenía con su otrora íntima amiga Margarita Nájera. Curiosa relación partida la de Barceló con la gerente del Consorcio de la Playa de Palma. Con las demás compañeras la tolerancia es plena a pesar de las diferencias. No sucede lo mismo con Nájera desde que ésta accediera a la gerencia del macro proyecto de reconversión de la principal zona turística. En las reuniones de trabajo ambas hablan entre sí a través de sus funcionarios. Un espectáculo. La presidenta del Consell y la por dos veces consellera y portavoz del Govern coinciden sin embargo en su distanciamiento con Joan Mesquida. En este punto la coincidencia es total con Isabel Oliver y con el brazo derecho de la menorquina en Turismo. Incluso en este carro cabe el delegado del Gobierno, Socias. Y es que Mesquida cae bien mediáticamente y siempre está en las quinielas presidenciables. Francina Armengol es la que da más el pego. Como Calvo, siempre sonríe. Mateo Alemany las llama jijiji y jajaja porque en un partido de fútbol en Son Moix se pasaron todo el tiempo riendo cuando atacaba el equipo rival del Mallorca. El entonces presidente, en medio de las dos, se mordía la lengua con tanto jijiji y tanto jajaja. Pero Armengol es ideológicamente la más radical de las cuatro. La presidenta del Consell sigue más próxima a sus postulados radicales de hace tres lustros —los de Esquerra Republicana— que los del socialismo del siglo XXI: catalanismo en grandes dosis y desprecio a lo español. Es la más cínica de todas: en las juntas del PSIB dice una cosa y en la del PSOE de Ferraz la contraria. “Esta chica no hace más que reír y nunca interviene”, nos comentó hace tres semanas un compañero canario de la inquera. En el Consell ha flotado durante cuatro años Isabel Oliver. Responsable de un departamento sin competencias, el de turismo, Oliver ha acudido a las más importantes ferias sin motivos que lo justificara. El mérito de esta política es haber estado callada después de que ocho añas atrás fuera con Celestí Alomar la bestia parda de los hoteleros por la controvertida ecotasa. Su silencio ha sido premiado con un buen puesto en las listas autonómicas. Isabel Oliver era consciente de que tenía que cambiar el chip con los hoteleros. Y nada más llegar al Consell tocó en las puertas de los grandes. A todos les pidió pasar página después de que a todos ellos los multara en la víspera de dejar la secretaría general de la consellería de Alomar. Una reacción muy de la casa, o sea, igual que con Son Espases: contra el hospital en una legislatura y a favor en la siguiente. Gina Garcías es tan sectaria, tan rencorosa y tan maliciosa comos sus compañeras. Su partidismo ha sido refrendado por la Sindicatura de Cuentas. Su revanchismo es incuestionable: agua y ajo para los medios que no están al dictado del socialismo. Su malicia, dar algo de publicidad, unos euritos, a los medios no adictos en los días previos a las elecciones para dar imagen de pluralidad. La estrategia de Garcías es la misma que la del Consell: después de negar durante cuatro años la publicidad a mallorcadiario.com y el resto de medios del Grupo Preferente, el CdM ordena un anuncio de pocos cientos de euros para justificar su presencia en md.com y defenderse ante la demanda que le hemos planteado. Y el antiguo Ibatur convoca en Berlín a nuestros enviados especiales a dos horas de la cena ya prevista hacía semanas. Al más puro estilo Rubalcaba.
